Continúan las olas. La paciencia se agota
COMO UN AVIADOR ·
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A estas alturas de la película no tenemos ni idea de cómo acabará. Ni de si acabara, siquiera. Cuando empezaron a hablarnos de olas nos hizo algo de gracia. Necesitábamos unirnos ante tanta adversidad. Y encontramos en el humor una buena herramienta. Hacíamos bromas sobre ... cómo surfearlas o de capearlas en bañador. No eran muy ocurrentes, la verdad. Ahora solo nos queda preguntamos cuántas olas habrá y vaticinar cuántas más podremos soportar.
Esta vez no ha pillado desprevenido a nadie. Desanimados, sí. A todos. Nos sentimos atrapados en el día de la marmota. Pero sin Bill Murray. Apenas nos han dado tregua y, en realidad, nunca terminamos de creernos que esto tendría un final inmediato. Hicimos bien.
Resulta imposible no volver a finales de 2020, a aquellas navidades que iban a ser completamente diferentes a todas las que habíamos pasado antes. Incluso para los más desapegados con estas fiestas resultaron duras. Nos preguntábamos cómo estaríamos un año después. Y aquí estamos. Un año después.
¿Estamos igual? No, ni mucho menos. Pese a los titulares y declaraciones alarmistas. La vacuna ha dado sus resultados. Hemos hecho bien en ponérnosla. Que nadie nos intente convencer de lo contrario. Y a ella deberemos seguir recurriendo. No queda otra. Agárrate, que vienen olas.
Otra cosa es la sensación generalizada, el desgaste que acumulamos. La zozobra es similar a la del diciembre anterior. Y el cansancio, todavía mayor. Pesa. Volvemos a alarmarnos por la incidencia, a preocuparnos por la presión hospitalaria, a convivir con los brotes, a asumir cuarentenas. De nuevo nos debemos acostumbrar a las cifras, a esperarlas con temor, a analizarlas con frialdad.
Regresan las listas rojas, las fronteras que se cierran, las advertencias de que lo peor está por llegar.
La incredulidad nos invade. ¿No será que debamos acostumbrarnos a vivir así? Llevamos meses elucubrando sobre lo que haremos cuando todo esto acabe. Cuando todo acabe. Teníamos planes. Pero la pandemia nos ha enseñado que no hay que dar nada por hecho. Que todo es susceptible de cambio y que cualquier previsión puede ser alterada cuando menos lo esperas. Ahora nos planteamos si nuestro modo de vida se ha modificado para siempre y hemos de aprender a gestionar la incertidumbre.
Enfrente están los políticos simulando que toman decisiones. Pero toman decisiones que nadie pide. Eso tampoco varía. Ese bucle también se repite. La atención primaria sigue sin los recursos suficientes. Los protocolos cambian y no se ajustan a criterios fundados.
Pero vuelven las mascarillas, eso sí. Las mascarillas son el comodín del público, al que se recurre cuando no se sabe que hacer y cuando se quiere ganar tiempo para tomar soluciones mejores.
Continúan las olas. La paciencia se agota.
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