ANTONIO VERGARA
Domingo, 2 de diciembre 2018, 10:35
En la la tutela del papá Estado hay mucha demagogia. Sabemos, por las estadísticas oficiales, que el 80% de los accidentes, muy graves o graves, se produce en la red de carreteras secundarias. Sin embargo, en las autopistas y las autovías la velocidad permitida es de 100/120 km/h. Nadie debería fenecer por ir a 130 ó 140 por estas vías, construidas, precisamente, para llegar antes a los sitios. Si ocurre un accidente es por la distracción del conductor, una avería mecánica, la aparición de un venado, un jabalí o, claro, una sobredosis de alcohol u otras sustancias dopantes. Pero no por circular a 137 kilómetros por hora. Elemental.
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En Suiza tampoco está permitido circular en las autopistas a más de 140 km/h. Las autoridades helvéticas tienen una buena razón para la prohibición. Con una asiduidad creciente sus magníficas autopistas son invadidas por manadas de 'La vache que rit', convirtiendo la calzada en una pista de esquí a causa de su componente graso
En cuanto a alcoholemia y demás narcóticos, si la Administración quisiera aplicar hasta las últimas consecuencias sus tablas de la ley, sólo tendría que poner a sus funcionarios a la salida de los restaurantes, pubs, cafeterías, organismos públicos, bares, discotecas, salones de banquetes, despedidas de solteras, puticlubs, hoteles o 'festes tradicionals' en horarios estratégicos. No se atreve a tanto.
Una anécdota ejemplar que protagonicé directamente. En la época del juez Forteza -el que cerró varios puticlubs- y cerca del campo de Mestalla, había una joven guineana. Unos valencianistas hacíamos tiempo hasta la hora del inicio del partido. Cómo estaba como un cefalópodo en un garaje y ella carecía de temas de conversación interesantes le pregunté por Teodoro Obiang, el presidente de su país: Respuesta: «Oye, ¿tú no serás un polisía?». El saber no ocupa lugar.
Una cuestión es que el alcoholímetro dé positivo cuando los servidores del Estado hacen soplar a un borracho que circula como un poseso homicida, y otra que ese mismo alcoholímetro se chive de que un gastrónomo entrenado también ha transgredido módicamente el baremo oficial.
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El alcoholímetro no distingue entre agresivos y patanes conductores borrachos o cocainómanos porque sí (de mala bebida o 'polvo blanco') y las civilizadas personas que aman la buena cocina, beben un vino excelente -con moderación- y al final toman un wiski o un gin tonic. Sin embargo, deberían diferenciar. Los primeros sí que son peligrosos; los segundos, no.
No conozco a ningún gastrónomo o periodista del ramo que haya conducido jamás de modo temerario o con riesgo para terceros. Suele ser un ciudadano muy prudente, que paga sus impuestos y sólo bebe, moderadamente, por el placer del disfrute civilizado de un gran producto (el vino), gracias a Noé. Y sin el menor ánimo de embrutecerse.
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Es una injusticia social, pues, que el alcoholímetro penalice igual a quien ha ingerido bebidas infectas, y en cantidad (el maligno botellón), que a las burguesas y cívicas personas que han cenado en un buen restaurante y han compartido, con sus acompañantes, Allende 2001, Maduressa o Alion, rematando el hedonista y tranquilo ágape con un ron del tándem Maduro/Sánchez.
¿Quién, en su sano juicio, puede restarles no sé cuántos puntos del carné a esos probos contribuyentes por haber 'maridado' el menú degustación con un magnífico cabernet sauvignon? ¿O es que alguien puede sostener que la ingesta, mesurada, de buenas bebidas trasforma a este tipo de comensales -gastrónomos ilustrado- en locos del volante, aquellos chalados en sus locos cacharros?
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Si así lo hicieren, los gastrónomos perderían diez o doce puntos de golpe. Y todos acabarían suspendiendo pagos o sustituyendo la carta de vinos y licores por otra de aguas minerales (sin alcohol) y zumos de fresas. Un poco de conocimiento, señores, que también a ustedes los veo comiendo y bebiendo en restaurantes. Pero con chofer oficial al que condenan a pan y agua.
Control de alcoholemia a los patinetes y bicicletas, 'signore' Grezzi. ¡Ya!
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