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Urgente El Euromillones del viernes deja un nuevo millonario en un municipio de apenas 9.500 habitantes

La última vez que fui a la oficina más cercana de Correos -a un par de kilómetros de mi casa- hice cola enmascarada tontamente; hasta que me dijeron que el certificado que iba a retirar, un papel del Ayuntamiento, lo tendría en las oficinas de RD Post, una concesionaria que por fortuna tiene locales cerca, a 50 pasos del despacho de Correos. No lloré porque soy muy duro: pero me di cuenta de que la empresa oficial, todavía de entera propiedad estatal, se las apaña para tener menos empleados y locales echando mano del servicio de una privada... que tiene su sede en la calle Aribau de la Barcelona independentista y «resiliente».

No pasa nada, hay que resistir. Gracias a esa estrategia, Correos volvió a tener unos pequeños beneficios en 2019. Sobrevive porque no hace más que soltar lastre a un globito que se le desinfla a la vista de todos. De modo que la intensa y muy izquierdista defensa gubernamental del sector público sanitario, no me encaja con la paulatina confianza en el sector privado que reina en el ministerio de Transportes.

Un ministro valenciano, José Luis Ábalos, está al frente de Correos. Y estos últimos días, «casualmente», ha empezado a hablarse del hipotético traspaso del edificio noble de la plaza del Ayuntamiento a la Generalitat Valenciana, en el curso de una operación en la que nuestra autonomía podría engrosar sus números rojos y quedarse un complejo histórico; para hacer de él no está claro qué, aunque se habla de un centro expositivo, capaz de reunir, quién sabe, una colección de pinturas de los siglos XIX y XX. La exposición condensada, me digo, en la que Sorolla presidiría una visión exprés de arte valenciano para viajeros apresurados; algo representativo -o sea un poquito tópico- de una ciudad visitada de nuevo por el imprescindible turismo 'lowcost'.

La idea no es mala, aunque le faltan detalles y desde luego precio. No es el ideal, pero no está el siglo para forjarse empeños vanos. Estamos en una era de resignación que arranca, desde su inicio, en la aceptación de que los estados ya no pueden sostener grandiosas estructuras de servicios públicos en régimen de monopolio. El edificio que Canalejas otorgó a la ciudad, el que tardó años en levantarse, ya no es necesario y hay que ir buscándole una salida noble que no le haga caer en la ruina. El arte es una solución, aunque implique sometimiento al turismo de 'selfies'. Eso, renuncia tras renuncia, es el mundo de hoy. Sin pretenderlo, igual nos sale el Palacio de Bellas Artes que Sorolla y Benlliure no consiguieron en la Valencia de los 'felices' años veinte.

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