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Propuesta para la RAE. Tercera acepción de 'estupor': «Desconcierto sólo al alcance del usuario de una aerolínea de bajo coste». 1) La sinopsis. «Road movie que narra las peripecias de un padre -llamémosle Antonio- dispuesto a reforzar la relación con su hijo. Ambos viajan a ... un irrepetible concierto de John Williams en Milán, pero un torrente de negligencias amenaza sus planes». 2) El guion. 8:50, aeropuerto de Manises, momento de embarcar y la cámara se centra en un monitor: «Vuelo retrasado». La niebla ha desviado a Alicante el avión, y una gran elipsis engulle las casi cinco horas que se avecinan sin noticias pese a que la cristalera de la terminal pronto encuadra cielos despejados y aterrizajes y despegues rutinarios. A las 13:41 una voz de arriero llama por fin al embarque. ¡Puerta 7! Hay tiempo, más de seis horas para el concierto. En eso piensa Antonio mientras busca su asiento entre un tipo enorme que ocupa butaca y media y otro gracias a Dios de tamaño estándar. A las 14:42, aún en tierra, el comandante toma el micro. Resulta que ahora tenemos avión y pista pero falta el permiso de eurocontrol. Y que no le cogen el teléfono. Y que se resolverá en «cinque minuti». ¿'Cinque'? Será que para un piloto también el tiempo vuela, pues hasta hora y media después, calor insoportable, estómagos vacíos, pasajeros por los pasillos como en La Chelvana, aquello no se moverá. Nervios. Tripulación arrinconada. Un españolito lanza un exabrupto rico en proteína, está hasta los huevos; el gigante de la butaca y media grita «é una vergogna», las yemas, en su caso de los dedos, unidas por un cordel invisible; un argentino cachondo se pregunta si verá mañana a su selección, y Antonio, voluntarioso como López Vázquez en 'El turismo es un gran invento', interroga en lo que pretende ser italiano a una azafata que escurre el bulto. «En el aeropuerto de Valencia están desorganizados», dice mientras un cartel a su lado -«tarifas bajas»- la desmiente. 15:33, se ofrece a quien lo desee bajar del avión; 15:35, se avisa de que el que lo haga no vuelve a subir. Decenas de personas se largan y un suspicaz intuye un ardid para evitar reclamaciones, desde el fondo se alienta el motín, una chica con portátil teletrabaja por videoconferencia, y a las 16:25, ya sólo falta Leslie Nielsen recitando aquello de «elegí un mal día para dejar de fumar», se anuncia el despegue. Salva de aplausos mientras la azafata acusica pregunta que quién se ha dejado un móvil en el baño. Tentados al aterrizar de besar el suelo como el Papa y casi sin margen, Antonio e hijo llegan por 'cinque minuti' a La Scala gracias a un taxista atracador que les cobra el equivalente a tres billetes de avión, adelanta por arcenes y acelera como un toro ante semáforos en rojo, de Bérgamo a Milán, mano izquierda al volante, la derecha en el móvil: «Ciao, Giorgio!» Sólo esperan que Dimas -merecía nombre de buen ladrón- sea zurdo y el coche tenga cambio automático. Cuando en su primer discurso Williams evoca la bici voladora de ET, ellos se miran aún sin resuello. Quién la pillara para la vuelta. 3) Escena poscréditos. Día después, mismo aeropuerto y compañía, rótulo premonitorio en una librería -«tu tiempo es precioso, nosotros lo sabemos»-, y de pronto 'Valencia' en negro, 'delayed' en rojo, el Joker se desternilla. Viene secuela.
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