De esta crisis saldremos más tristes
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Nos aseguraron que de esta crisis sanitaria saldríamos siendo más fuertes. Y aunque aquello apestaba a eslogan quisimos creerlo porque hemos estado muy necesitados de mensajes esperanzadores. Hoy tenemos la certeza de que a la pandemia -aunque no haya acabado ni mucho menos- no la recordaremos precisamente por haber mejorado nuestra fortaleza.
En esa misma perspectiva ilusa hubo un tiempo en que nos convencimos de que de esta situación excepcional saldríamos más unidos. Tal vez fue el empacho de aplausos desde los balcones, o la percepción de conexión generalizada mientras estábamos guarecidos cada uno en nuestras casas. Pero el caso es que elucubramos con un mundo más conectado, más acoplado, más abrazado... Pero no. Por supuesto que esta utopía no se hizo realidad. Porque aunque hemos asistido en estos meses a fenómenos que considerábamos imposibles este hubiese sido demasiado. Demasiado incluso para los desmesurados 2020 y 2021. Tampoco a algunos les hubiese convenido que esa reunión se produjera. Se gobierna mejor a grupos divididos y enfrentados que a los que están bien avenidos.
De esta crisis saldremos más tristes. Me caben pocas dudas. El encierro continuado, el desapego con nuestros seres queridos, el temor a cualquier actividad social, la acumulación de cifras y estadísticas negativas, la fatiga por las prórrogas que no cesan, la convivencia con una enfermedad inmisericorde que campa por las calles, el pesimismo generalizado del que es complicado no contagiarse han hecho mella.
Es probable que el día en que todos nos quitemos las máscaras y nos podamos volver a ver las caras nos asombremos por los vestigios que encontremos: la palidez que provoca el miedo, los surcos que dejan las lágrimas, los pliegues que brotan tras cada disgusto. Cuando sea posible mostrar nuestro rostro sin pánico a que los demás nos lo vean y nos señalen será el momento de evaluar el peso y el poso de esta pesadilla que no acaba.
Aprecio a mi alrededor cierta sensación de derrota, observo cómo a muchos les flaquea el ímpetu, y denoto que hasta los más robustos ondean la bandera blanca, esperando una tregua que nunca llega, que se ahoga entre una ola y otra.
De esta crisis vamos a salir seriamente lastimados y tardaremos en cicatrizar heridas.
No tengo claro que seamos conscientes todavía de todo eso, de lo que costará olvidar lo vivido y restituir lo no vivido. Nos advierten de las debacles económicas y políticas que esta pandemia traerá, pero no hacen hincapié en las batallas personales a las que deberemos enfrentarnos cada uno, una vez hagamos recuento de daños y salgamos ahí fuera para tratar de restablecer una vida, la nuestra, que jamás volverá a ser como la de antes. Y eso nos pondrá aún más tristes.
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