De mi abuela Victoria heredé la pasión por la Historia y la afición por coleccionar la revista 'Historia y Vida'. Banta, me decía, creo que ya existí en tiempos de María Antonieta, como aristócrata, no de campesina. ¿Y quién no, Otramá?, le respondía yo, en mi caso me parece que fui espartano. Todos tenemos una edad anterior por la que nos habría gustado pasar. Si se pudiera, Egipto y Roma se masificarían como destinos preferidos por los turistas del tiempo. Pero regresaríamos pronto. Ya lo creo, a toda velocidad. Eso de vivir sin antibióticos, anestesia, cristales en las ventanas, retrete particular, lavadora, compresas, ducha diaria..., eso de que a la criatura más sensual el aliento le apeste a queso de Cabrales o de que te puedan quemar por no ir a misa..., en fin, que nos costaría aceptar cualquier biografía menos confortable que la nuestra. Una cosa es leer novelas sobre los tercios de Flandes y otra encajar con gusto que te vacíen un orinal en la cabeza al grito de «¡Agua va!».
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Ninguna otra generación de humanos ha disfrutado de nuestras comodidades ni ha consumido tanto como nosotros. Yo, por ejemplo, desde que nací, ¿cuántas vacas, cerdos o huevos me he comido? ¿Cuántos kilos de arroz? En cualquier ciudad europea, cualquier día, casi a cualquier hora y a un precio razonable, si quieres leche tienes leche, si salchichas tienes salchichas, si plátanos tienes plátanos, si salmón tienes salmón... ¿Cuántos salmones son necesarios para que no falte en ningún supermercado de Occidente? No somos conscientes de la suerte que supone haber nacido aquí y ahora, ni de lo delicado que es el engranaje que permite que jamás escasee nada. Somos los privilegiados de la Historia, pero ni lo sabemos ni lo apreciamos.
Estos días una huelga de transportistas cansados de un Gobierno de los de «si no hay pan que coman pasteles» nos ha situado, cara a cara, frente al desabastecimiento, frente a la realidad, frente a nuestras debilidades. Pues, igual que la salud es lo raro en la vida, en el planeta Tierra estar abastecido siempre y de todo también resulta casi imposible. Conque si una peste, un volcán, una guerra y una crisis económica no nos enseñan a valorar lo que tenemos nada lo hará. Si se pudiera cambiar de época histórica, como soñaba mi Otramá, todos los seres humanos que han existido se vendrían a la nuestra. Hasta la Florencia de los Médici se quedaría vacía, asistiríamos a la Historia vaciada. Cuidemos entonces a quienes, como los agricultores y los camioneros, hacen posible ese bienestar o preparémonos para un verdadero salto atrás en el tiempo.
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