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ALGO SE CUECE EN LA FONTETA

ALGO SE CUECE EN LA FONTETA

El equipo femenino del Valencia Basket, bien armado y bien gobernado, regala grandes partidos de baloncesto

Domingo, 3 de febrero 2019, 10:40

Tan antiguo como el club es el zapateado de los aficionados cuando están entusiasmados, cuando el fuego que ha prendido en el parqué sube por los graderíos y enciende la Fonteta entera. La semana pasada me alcanzó y noté cómo temblaba el suelo mientras el público golpeaba con los talones después de una buena racha del Valencia Basket femenino. Y es emocionante ver esa implicación con un proyecto que ya tiene un tiempo pero que, a su vez, también es nuevo, pues acaban de estrenar la Liga Dia, la cumbre del baloncesto español.

Me gustó comprobar lo que venía escuchando hace tiempo, que una buena parte de la afición, en torno a 3.000 seguidores, da calor al equipo de Rubén Burgos. No tardará en extenderse la creencia en la Liga Dia de que el dinero de Juan Roig es el que hace cabalgar este nuevo caballo en el hipódromo de las canastas. Estoy harto de escuchar idéntico discurso cada vez que se habla del Maratón de Valencia. Porque solo es una verdad a medias. Hay más actores y, sobre todo, decisiones que determinan el rumbo de esta facción del club.

Nacho Rodilla, una de las leyendas de aquel Pamesa que afianzó el baloncesto en Valencia, me repetía muchas veces un mensaje: «El jugador español, en igualdad de condiciones, siempre te va a dar más rendimiento que uno extranjero. Y lo mismo sucede con el valenciano respecto al nacional». El divino base de Llíria -¿cómo es posible que el club no lo tenga en nómina para aprovechar su experiencia y su profundo conocimiento del baloncesto?- venía a decir que el vínculo que se crea entre el jugador y la entidad nunca será el mismo con uno de fuera. Y en el caso de un profesional local hay que sumarle el afecto que siente por la ciudad, por su tierra.

Esto viene a cuento de que una de las primeras grandes decisiones que tomó Esteban Albert, el encargado de darle las mejores herramientas al entrenador, fue recuperar a todas las valencianas que fuera posible. Y ahí están Rebeca Cotano, Esther Díaz, Irene Garí, Anna Gómez y la gran María Pina, una jugadora redonda.

Algunas, como Cotano, Díaz y Gómez, nos conectan con el Ros Casares, que marcó una época en España y que llegó a ser campeón de Europa con Roberto Íñiguez. Son parte del legado de aquel equipo concebido para ganar. La esperanza de que cada proyecto es, en su medida, indeleble.

Por eso, con el recuerdo aún fresco de aquel club que nos regaló a Elisa Aguilar, Laia Palau, Amaya Valdemoro, Anna Montañana, Margo Dydek, Maya Moore, Becky Hammon y muchas más, asisto ilusionado a los primeros pasos de un proyecto que, auguro, no andará lejos de aquel forjado con acero valenciano.

Si en unos años Juan Roig ha pasado de enamorarse del perfil romántico del maratón a pedir el récord del mundo en hombres y mujeres, qué no anhelará con el baloncesto femenino. Lo importante, aquí y allá, es no tener prisa. La plantilla, bien trufada de producto valenciano, está en muy buenas manos, como está demostrando Rubén Burgos, que ha conducido al equipo a una muy meritoria quinta plaza que asentó la semana pasada tumbando de manera inapelable, con mucho oficio, al sexto clasificado, que era el Gipuzkoa.

Vi a un Burgos, que ya como jugador fue un tipo muy honrado y entregado, que se desenvuelve con habilidad en el banquillo y, lo que más me gustó, que fue capaz de mantener una intensidad muy alta durante casi 40 minutos. Y eso no es nada sencillo.

Pero, como siempre digo, no hay que correr. Disfrutemos del camino. De las victorias y de las derrotas, que son las que nos permiten apreciar las primeras. Yo, de momento, ya me llevé las canastas inverosímiles de Meiya Tirera -una maliense que apostó por este camino desde la Liga 2-, que tira de este equipo al lado de Pina, de la electricidad que recorre la cancha cuando sale Bettencourt, de un grupo muy poco egoísta repleto de grandes gregarias.

A mitad de las segunda mitad, en medio de una racha imparable del Valencia Basket, sentí el temblor provocado por el zapateado, recorrí la grada con la mirada y entendí que estaba asistiendo, como el día que viví el ascenso, al inicio de algo muy grande, otro equipo llamado a hacer historia en el deporte valenciano. Y si no es así, unos tres mil al menos disfrutamos de una buena tarde de baloncesto. De un buen equipo, bien gobernado. Así que si alguien tiene alguna duda, que dé un paso al frente.

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