El objetivo era traer mascarillas, guantes y demás material sanitario con urgencia. La consigna de todos era clara: 'cueste lo que cueste'. La presión estaba ... en las calles, en los hospitales, en los sindicatos, en los partidos políticos, en la ciudadanía... Ahora nos escandalizamos conforme se van conociendo episodios de enriquecimientos súbitos a base de importar lo que fuera y a cualquier precio, pero cuando estaba en danza la parte más fea de la pandemia, la del confinamiento y las estadísticas desbocadas, con críticas cruzadas a todos los niveles, la polémica no estaba en el disparate que costaba traer una mascarilla, sino en que no hubiera, que las autoridades no las trajeran y repartieran cuanto antes. Y, sin embargo, nos deberíamos de haber escandalizado ya entonces, cuando las cargas de aviones se subastaban a pie de pista, al conocer los enormes presupuestos que gastaban todas las administraciones -todas- en cosas que son de lo más sencillas, pero que sorprendentemente no teníamos, porque dejamos de fabricar hasta lo más simple, y ni siquiera hemos aprendido.
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Bastaba con dividir el importe de cualquier partida por el número de unidades para percatarse del destarifo de aquellos precios. Una mascarilla china llegaba a costar varios euros, y muchas eran defectuosas. Hoy compras un paquete de diez por un euro, de modo que es fácil sacar cuentas de lo mucho que se forraron algunos por el camino. Ganar mucho dinero y tan fácil está mal visto. Incluso queda inmoral, llevárselo en tan dramáticas circunstancias, sacando fruto holgado en medio de la desgracia. Pero no es ilegal ser comisionista, sino estafar, hacerse pasar por lo que no se es y vender género defectuoso a precio de oro.
Comprarse vehículos de lujo con ganancias exageradas en medio de la pandemia queda la mar de feo, pero por mucho que se ponga el grito en el cielo no está claro que los intermediarios especuladores tengan que penar por ello. Y no es por diculpar, naturalmente, pero tendrá que afinarse. El alcalde de Madrid ha dicho, en descargo de las prisas y la posible falta de control administrativo, que sólo les guiaba «la buena fe de conseguir material cuanto antes». De paso cundió una ingenuidad generalizada, no se vio venir que a río revuelto florecen los listillos. También podríamos aprender de una vez que con eso de pedir lo que sea 'cueste lo que cueste' se facilitan actuaciones que luego nos llevan a rasgarnos las vestiduras. Como que la falta de mascarillas en aquellos momentos ha traído hasta sentencias condenatorias. El temor político inducía aquellas prisas alocadas y éstas generaron escándalos. Quizá solo vemos aún la punta del iceberg.
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