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En el momento en el que escribo estas líneas me entero de que acaban de atracar a una mujer que retiraba dinero de un cajero ... automático en pleno centro de Valencia. Vaya usted a saber por qué, me he acordado de Xavier Casp y el hastío que le provocaba la admiración del catalanismo por Barcelona. Más adelante lo entenderán.
El sentimiento de inseguridad es una emoción subjetiva muy propensa al contagio social y a la magnificación. Muchas veces esa sensación acuciante y opresiva discrepa de las frías estadísticas que constatan un nivel tolerable de criminalidad. Sin embargo, esta vez los datos sí revelan un aumento significativo de los delitos cometidos en la capital de la Comunidad Valenciana. Así, el pasado 8 de junio, el concejal del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Valencia Santiago Ballester denunciaba públicamente que, según el Balance de Criminalidad del primer trimestre de 2021 publicado por el Ministerio de Interior, «se incrementan un 75% los homicidios dolosos y asesinatos en grado de tentativa, un 46% los robos con fuerza en domicilios y un 7% los robos con fuerza en establecimientos en la ciudad de Valencia». A estos delitos se suman actos vandálicos como los sufridos por los chiringuitos de las playas de la Malvarrosa y del Cabañal durante el primer fin de semana sin toque de queda, los recurrentes desórdenes públicos en el parque de Marchalenes que han obligado -en lugar de combatirlos con el uso proporcional de la fuerza legítima del Estado- a la clausura verpertina de las instalaciones, las reyertas a machetazos en el barrio de Orriols o el rechazo del gobierno municipal de Compromís y el PSPV a avanzar un retén de policía como demandan los angustiados vecinos y comerciantes de la popular pedanía de Benimámet.
En Valencia parece que ya sólo lucen flamantes los serpenteantes y coloridos carriles-bici, mientras las malas hierbas doradas por el sol, las cucarachas, los roedores y la suciedad pespuntean los viales urbanos. Es como si quisieran convertir la ciudad en el gran set de rodaje de una película del Nueva York de los años setenta donde policías, camellos, chulos y prostitutas compiten por el control de una urbe degradada y herida por unos solares convertidos en cementerios de coches desguazados y electrodomésticos desvencijados. Eso sí, a la barcelonesa. El sueño húmedo de la izquierda valenciana hecho realidad: convertir Valencia en la Barcelona del sur. Pero ¡cáspita! yo siempre había creído que su espejo era la modernista, cultureta y pedante Barcelona anunciada al mundo por la Gauche Divine y no la mugrienta, decadente e inhóspita Barcelona de Ada Colau.
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