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Joan Fuster simplificó el «problema» de la dudalidad lingüística del «país valenciano» haciendo pivotar su exorcismo paracientífico en dos ideas: el reproche a la incapacidad o a la falta de voluntad históricas de unificar idiomáticamente el antiguo reino por parte de la vanguardia valencianohablante y, segundo, la mediocridad y «marginalidad», también históricas, de las comarcas valencianas castellanohablantes. No es de extrañar, por otra parte, que toda producción del mesnadero, o del soldado de fortuna, se configure bajo la directriz escrupulosa de su señor. Sin embargo, el primer obstáculo que se le planteó al expansionismo catalán, del que Fuster era entregado peón, fue la lengua valenciana. Ésta, ha sido paulatinamente arrollada a golpe de disposición legal entreguista y gracias, en un segundo y más elaborado estadio, a la manipulación psicológica del sistema de hablantes que le es titular, instrumentando para ello el secular sentimiento de agravio con respecto a la comunidad lingüística dominante, transformándolo, radicalizándolo y afiliándolo a una comunidad de mayor fortaleza con la promesa ilusoria de supervivencia. Después, con la destrucción teórica del prestigio del idioma castellano y construida la típica hiperlegitimidad propia, el catalanismo afronta ahora la fase final del proceso haciendo saltar por los aires aquel tramposo consenso de 1983, conocido coloquialmente como «exención lingüística», y convirtiendo en rodillo la «incorporación progresiva del valenciano en los territorios de predominio lingüístico castellano». Y a pesar de todo, en las situaciones críticas como la que hoy acontece, podemos acabar descubriendo las fortalezas propias, las debilidades del elemento distorsionador y las oportunidades de reconducción del conflicto. Las dos históricas comunidades lingüísticas del antiguo Reino de Valencia han vivido de espaldas demasiado tiempo sin comprender que sus intereses siempre han convergido en uno solo: de sobrevivir el genuino valenciano como valladar lingüístico de buena parte del territorio, el español lo hará; y viceversa.
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