DAME VENENO

Los debates entre los contrincantes habituales son como la sobredosis del yonqui que por fin ha pillado una mandanga sin cortar que le traslada al otro barrio. La pureza del polvo es lo que mata a los amantes del pico. Ellos se inyectan la misma cantidad, sólo que, al no estar adulterada, el subidón les asesina en mitad de los funestos estertores.

Alguien acuñó lo de «yonqui del dinero» y en el fondo casi todos somos yonkarras de la política pues, alcanzada una determinada madurez, descubres, sabes y certificas que todo es política, incluso los cuernos que te conecta tu pareja durante una noche tonta. De todas formas ponemos en duda la pureza de los candidatos ya que acumulan rincones turbios, trayectorias enganchadas a la mamandurria, ambiciones desmesuradas, ansias de poder infinitas y truculencias variadas. Los debates que jalonan esta última semana me temo que se nos indigestan porque flota sobre nuestras chepas el agarrotamiento de la sobredosis. Ya no sentimos emociones ante los rollos que emiten los líderes como loritos entrenados por esos sus domadores entregados a las labores de asesoramiento. En los manuales del perfecto asesor, en el capítulo dedicado a las recomendaciones ante la batalla de los debates, aconsejan no destacar demasiado pues el exceso de brillo congestiona la mente del votante medio. Si destacas asustas y te toman terrible manía. ¿Acaso ese candidato se cree más listo que yo? Intolerable. Conviene, pues, huir de los arrebatos geniales, no mostrarse agresivo, adoptar falsa humildad y expresarse mediante un lenguaje llano, accesible, chato. Soy igual de gris que el querido espectador, vendría a ser el mensaje para así conquistar la cacareada empatía. La campaña electoral ya dura varios años y la fatiga nos atrapa. Dame veneno que me quiero morir, como cantó el clásico.