Secciones
Servicios
Destacamos
¿Qué pasa por la cabeza de alguien para propinar una paliza brutal a otra persona sin motivo aparente hasta dejarle sin vida? ¿De qué material hay que estar hecho para observarle en estado grave y no apiadarse y socorrerle o al menos avisar para que otros puedan ayudarle? ¿Cómo se puede dormir tranquilo después de haber hecho algo así? Son las preguntas -no tengo respuestas, me sucede a menudo- que me hago después de conocer el suceso ocurrido hace unos días en Logroño, donde un hombre de 34 años fue asesinado por un grupo de seis jóvenes cuando estos le pidieron un cigarro y este no quiso dárselo.
El asombro es mayor cuando indagamos más y nos enteramos de que algunos de los autores del crimen son menores y los otros hace poco que dejaron de serlo. Y así surgen nuevas preguntas y algún que otro lamento. Es inevitable. Porque una sociedad en la que ocurren situaciones así debe plantearse qué está haciendo mal o qué está dejando de hacer para que se actúe de un modo tan monstruoso dentro de ella.
Los que cometieron el delito admiten que lo perpetraron al azar, se creyeron impunes y regresaron a sus casas con restos de sangre en sus ropas y sin ningún sentimiento de culpa -que a mí me persigue por razones infinitamente menores-. Hasta que la policía no acudió a sus casas con las pruebas en sus manos no se molestaron en relatar lo que había pasado.
Estamos anestesiados y este tipo de noticias ya ni siquiera nos afectan, a no ser que conciernan a alguien cercano. Son cada vez más cotidianos este tipo de atentados realizados en grupo, motivados por la diversión, por el vacío, por la falta de empatía, o vete tú a saber por qué. No acontecen lejos de donde vivimos, de donde nos movemos. Y aún así lo hemos asumido, no nos invitan a reflexionar ni nos hace cuestionarnos de qué manera podemos ser responsables.
La víctima no les increpó en ningún momento ni reaccionó bruscamente, algo que no justificaría lo sucedido pero que al menos nos serviría para comprender mejor el ataque. Los victimarios no pertenecían aparentemente a núcleos familiares desestructurados, aunque sí es cierto que presentaban antecedentes. Tal vez alguien valoró que no eran suficientemente graves o no calculó lo que podrían hacer. Porque seguramente no contemos con mecanismos para prever acciones semejantes.
Y eso exige al menos una reflexión. Como mínimo. Porque si no lo hacemos, si no nos preguntamos qué va mal seremos cómplices y no impediremos que acontecimientos así de funestos sigan produciéndose. Nos empeñamos en discutir por equipos, partidos políticos y otros elementos que nos dividen, por lo que cada vez es más complicado ponernos de acuerdo en algo, en algo que impida que se repitan desastres así. Y es algo que merece todas las atenciones.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La artista argentina Emilia, cabeza de cartel del Música en Grande
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.