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Un apacible campamento de verano a punto de abrir, un grupo de jóvenes monitores irresponsables, una máscara de portero de hockey, un buen machete y una fecha en el calendario: viernes 13. Este fin de semana ha comenzado con esta data tan entrañable, terrorífica y de bajo presupuesto y la Filmoteca de Valencia ha decidido iniciar formalmente su actividad con esta cinta de terror.
La película de Sean S. Cunningham ha sido el modelo a imitar, copiar, parodiar y homenajear desde su estreno hace ahora 39 años, aunque su gracia, más allá de la sucesión de crímenes y sustos, es su arte que tiene para jugar con el sentimiento de culpa del espectador ante transgresiones cometidas por él mismo que, en mayor o menor medida, siguen siendo objeto del rechazo de la moral oficial.
Jason no juega a los dados y está allí para castigar las imprudencias, idioteces o deseos de los pobres chavales que se creen solos y libres a las orillas de Crystal Lake. Una va sola por ahí y se sube en autostop con el primero que pasa, otro fuma hierba y se burla de un policía, aquellos juegan al 'strip poker' con el Monopoly y los de más allá se meten mano. Menos mal que está la maldición del campamento para arreglar las cosas.
Hoy la película resulta previsible y bastante naif, pero no deja de ser un placer culpable saber que estás disfrutando de una mala película... tan pegada a la actualidad. Formar un gobierno, ampliar el Puerto o aplicar recortes sólo admite el sí o el no. Gloria o machetazo. No sólo es que las alternativas sean o no compartidas o que, bajo un determinado análisis puedan entenderse como incorrectas o arriesgadas, sino que no tienen ningún derecho a ser defendidas y sus autores y defensores son una panda de imbéciles que no se enteran o unos perfectos miserables que se merecen todo lo malo que les pueda pasar.
Encima, si a esos defensores de alternativas les va bien y logran llevar a puerto sus propuestas nunca lo harán legítimamente, en opinión de sus detractores, y arrancarles la vara de mando será un deber superior. No importa que las garantías que avalaron su ascenso al poder sean iguales que las de su oponente. Su poder no es legítimo porque no piensan lo que hay que pensar: lo que pienso yo.
Está claro que esto no es nuevo. Toda la vida se ha echado mano del maniqueismo para encumbrar lo propio y denostar lo ajeno, pero hoy, gracias al triunfo de las redes sociales privadas, como son los mensajes de WhatsApp individuales o en grupo, la maledicencia, el rencor y la mentira están anidando a unos metros bajo tierra de la sociedad, tensando las capas hasta elevar el riesgo de seísmo a niveles de los que nos arrepentiremos. Para saber si se está infectado, basta mirar el móvil.
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