Directo El precio de la luz se encarece con la nueva tarifa este lunes: las horas prohibitivas para enchufar electrodomésticos

El sábado amanecimos en València con la ciudad cubierta de polvo. En otro tiempo un acontecimiento de estas características nos hubiese puesto en alerta por lo que pudiera suponer. Esta vez no, preferimos pasar de largo por él. Recorrimos las calles y comprobamos cómo aceras, bancos y cristales presentaban una capa abundante de arena pero nos abrimos paso con el fin de llegar a nuestros destinos sin concederle demasiada importancia.

Publicidad

Más tarde nos enteramos de que se trataba de deposiciones secas de arena transportadas desde el desierto hasta los suelos de varias ciudades, una masa de aire cargada de polvo en suspensión que había llegado hasta aquí desde la zona de Mali y Argelia. El fenómeno, por infrecuente, reunía los visos para causar reacciones y acabar en todo tipo de conversaciones. Si hubiese ocurrido antes de 2020, eso sí. Porque si algo ha conseguido la pandemia en la que todavía andamos inmersos es que nuestra capacidad de sorpresa haya disminuido considerablemente. Estamos más preparados que nunca para que lo imposible suceda frente a nuestras narices, para permanecer impasibles ante cualquier evento extraordinario.

Aunque nos creíamos una sociedad resabiada el coronavirus vino a colocarnos en nuestro sitio y algunos aún estamos con la cara desencajada. Con la tecnología avanzadísima y con unos sistemas de comunicación inimaginables todavía cuesta entender cómo un virus desatado en un mercado remoto ha campado a sus anchas por todo el mundo y no exista -de momento- manera de exterminarlo, ni tan siquiera de comprenderlo del todo para poder derrocarlo.

Estamos más preparados que nunca para que lo imposible suceda frente a nuestras narices

En cualquier caso los motivos para que algo nos asombre han descendido bastante en los últimos meses y estamos receptivos a que cualquier suceso inexplicable se desarrolle, bien sea una nevada sin igual o el paso fugaz de una bola de fuego. Y aún responderíamos airados que quién da más. Si existe vida marciana y planean conquistarnos este es el instante apropiado para acudir a manifestarse.

Anestesiados por las noticias, apesadumbrados con las cifras, amargados por las bajas expectativas encaramos lo que ha de venir con poco estímulo. No somos capaces de adivinar qué estaremos haciendo el año que viene por estas fechas y nos cuesta diseñar planes por no verlos frustrados. Desconocemos cuándo volveremos a viajar, qué día dejaremos de hablar de contagios o en qué momento podremos reactivar nuestra vida social sin tener que hacer recuentos para no quebrantar las restricciones.

Publicidad

La multiplicación de olas, la continua aparición de cepas o las zancadillas para distribuir las vacunas han provocado que sorprendernos, lo que se dice sorprendernos, nos cuesta cada vez más. Ya sabemos qué un as siempre se esconde bajo la manga o qué una vuelta de tuerca es posible todavía. Ojalá un día nos equivoquemos al ser agoreros.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio: 3 meses por 1€

Publicidad