SI DELGADO CAE, LOS VALENCIANOS VOTAN
SALA DE MÁQUINAS ·
Sánchez se vería obligado a adelantar las generales para hacerlas coincidir con las andaluzas, y a ese tren se acoplaría Ximo PuigSALA DE MÁQUINAS ·
Sánchez se vería obligado a adelantar las generales para hacerlas coincidir con las andaluzas, y a ese tren se acoplaría Ximo PuigExplicado un poco a lo 'Cuarto Milenio', Ximo Puig puede ver cumplido su viejo anhelo seudopatriótico de contar con elecciones autonómicas fuera de la agenda de los ayuntamientos y del resto de autonomías, algo que no ha ocurrido nunca en la historia de la Comunitat. Puig se aprovecharía de una decisión preventiva del gobierno sanchista, ante esas fuerzas del mal en las que se apoya el excomisario Villarejo para descubrir los manejos de sus viejos contertulios de sobremesa y conspiración, el inhabilitado Baltasar Garzón y su amparada ministra de Justicia Dolores Delgado. Si además a Sánchez se le rompen los planes, sean los Presupuestos o el apoyo de los independentistas catalanes, se vería obligado a adelantar la convocatoria de las generales para hacerlas coincidir a finales de año con las andaluzas («se supone que Susana y él estarán hablando de ello»); y a ese tren mira tú se acoplarían los valencianos, siguiendo aquella sentencia de pragmatismo desesperado que soltó el Innombrable, cuando le asesinaron al presidente del Gobierno: «no hay mal que por bien no venga».
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El recuento parece inaudito en cuarenta años de democracia. El 'gobierno bonito' ha visto a cinco titulares abrasados por los escándalos en poco menos de cuatro meses. Primero Màxim Huerta, ministro de cien horas, tras descubrirse sus enjuagues para eludir impuestos. Después, nuestra Carmen Montón, ministra de cien días, al conocerse ese máster inmerecido en su currículum. El propio presidente Sánchez y su tesis doctoral, donde las sospechas están en saber cuánto tiene de plagio y cuánto de mano ajena. Pedro Duque que estás en la luna, con sus casas escondidas en sociedades instrumentales, algo expresamente prohibido por el padrenuestro sanchista («si alguien de los míos tuviera una sociedad para pagar menos impuestos, estaría fuera en 24 horas»). En los cenáculos ya se cuenta, con supuesto fundamento, que quien quiera que esté orquestando este tsunami político y comprando dossiers de corrupción en el mercado de invierno ya va buscando nuevos tentaderos. Antes de que a otro le toque mesarse las barbas y despedirse de ellas, le ha llegado turno a la titular de Justicia, Dolores Delgado, protegida del exjuez Garzón desde sus comienzos en la Audiencia Nacional. Antes también de que el calificativo de 'protegida' indigne a las nuevas hordas de la ortodoxia sepan que así es considerada la aludida tanto en el socialismo como en la judicatura, sin distinción de hombres o mujeres. Y por otra parte, las brigadas feministas debieran haber reaccionado a tiempo con el machismo congénito demostrado por la propia ministra Delgado, que 1) llamó «maricón» a un compañero como término descalificatorio para ejercer de juez, 2) denigró a las mujeres como genérico presumiendo de que mejor se trabaja con hombres, 3) vio a compañeros suyos haciendo lo que no debían con menores de edad, pero no se sabe si es peor habérselo callado o habérselo inventado, 4) le parece que crear una red de prostitución y extorsión en las cloacas del Estado es una fórmula de «éxito asegurado»... Silencio... ¿De verdad que la izquierda feminista no tiene nada que afear con lo que le gusta movilizarse contra cualquier fantoche ajeno a los suyos? ¿Otra vez le ha entrado el mismo paralís que cuando Pablo Iglesias confesó que le gustaría azotar a una periodista «hasta hacerla sangrar»? Silencio.
No son las palabras de Delgado lo peor, sino las compañías peligrosísimas, sus relaciones con los bajos fondos acompañada o acompañando al exjuez Garzón. Primero dijo que nunca se vio con el excomisario Villarejo, ni oficial ni oficiosamente. Luego confesó al menos tres encuentros; al menos. Otra vez, como hace unas décadas y también bajo el socialismo gobernante, estamos ante siniestros personajes con capacidad de chantajear a los miembros del poder ejecutivo. Si Sánchez mantuviera su pretensión de ejemplaridad y superioridad moral, si fuera coherente con todo lo que prometió hasta hace cuatro días, debería destituir al ministro Duque. Pero lo de Delgado es mucho peor, mucho más grave, trasciende el juego de las apariencias en el que se basa hoy la acción política. Estamos ante órdagos y amenazas al sistema y personajes contaminados sentándose en el consejo de ministros. El problema es que Sánchez ya no tiene más fuelle para seguir echando colaboradores sin debilitarse. De hacerlo, tendría que convocar elecciones inmediatamente y jugársela a las urnas. Y perder, oye, todo lo de la Moncloa, con lo que le ha costado llegar y con lo mucho que lo disfruta. Si no procede con la destitución de Delgado ni abre el calendario electoral, tendrá que enrocarse y mantener a los suyos contra las embestidas externas. O sea, habrá llegado en tiempo récord a ese quietismo de Rajoy que tanto detestó. Hay todavía una señal más preocupante. La respuesta a la tormenta de escándalos: amenazar a la prensa. Eso no lo han pensado bien. Con todas las veleidades populistas que se quiera, constituyen un gobierno democrático y perseguir a los medios de comunicación forma parte del manual del demagogo, quizá la primera señal que emite un Chávez, un Trump, un Fujimori o un Orbán. Aceptamos la amenaza de Carmen Calvo como desahogo, pero esas tentaciones definen un subconsciente.
El sentido común, el análisis político más elemental, indicaría que al partido socialista le conviene ir a elecciones cuanto antes, con los frutos sobrevenidos de la moción de censura que derribó al Partido Popular. Se han colocado como primera fuerza política, lo que ya es muchísimo. Pero el tiempo juega a la contra, se supone que su apoyo futuro irá a menos y no a más, debido a la erosión de gobernar en unas condiciones tan precarias. Los escándalos ministeriales provocan un daño enorme y quizá no hayan acabado. La dependencia legislativa de los secesionistas catalanes supone quedarse al borde del precipicio, pendiente de si te sujetan o te empujan, pendiente de una tropa sin liderazgo donde está por ver si manda Torra, Junqueras o Puigdemont. Hasta Ximo Puig se ha hartado ya: «parece que Cataluña no quiera tener una relación normalizada con la Comunitat». Le ha costado al President entender lo evidente, que Cataluña desde hace tiempo carece de políticos fiables y por eso la relación es inviable. Luego está la dificultad extrema del Gobierno para sacar adelante los Presupuestos. El análisis de pros y contras parece claro en favor del adelanto electoral. Es un debate entre la conveniencia y los deseos. Sánchez ha demostrado que no teme a los riesgos, pero la convocatoria implica la posibilidad de renunciar a un año de estancia en el poder, le podrán molestar o generar problemas, pero de momento tiene alquiler asegurado en Moncloa hasta 2020. ¿Y si celebrara elecciones en diciembre y lo pierde todo?, menuda faena.
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