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George Orwell pretendía que su obra '1984' se convirtiera en un alegato universal contra los totalitarismos, especialmente contra los de inspiración estalinista. Lo consiguió. Sin ... embargo, lo que más me estremeció de su lectura no fue su incontestable calidad narrativa, sino su marchamo de manual para el represor real. Desconozco si Eric Arthur murió siendo consciente de esta circunstancia, pero algunos pasajes de su novela, aquellos dedicados a la tortura del disidente Winston Smith entre unas paredes y unas luces opresivamente blancas, se acabaron convirtiendo en realidad en el Helicoide de Caracas 70 años después de la publicación de su obra cumbre; esta vez con los miembros del SEBIN y los opositores al régimen castro-comunista presos como verdugos y víctimas.
Bien es cierto que no sólo la literatura ha parido historias que dibujan un futuro pavoroso, también el cine ha aportado su granito de arena. Curiosamente, de todo el catálogo de largometrajes de este género futurista, el que más acude a mi cabeza cuando asisto a los trallazos totalitarios de nuestro Gobierno socialcomunista es 'Demolition man', film de 1993 protagonizado por Silvester Stallone. La película, cuyo guion se basó libremente en la novela de Aldous Huxley 'Un mundo feliz' y en la del escritor de ciencia ficción H.G. Wells 'Cuando el dormido despierte', relata las peripecias del agente de policía John Spartan. Éste, que es condenado como responsable de varias muertes de inocentes por su actitud temeraria a ser criogenizado durante largo tiempo y a que su conducta sea corregida mediante la manipulación genética, es despertado y liberado 36 años después para colaborar con el departamento de policía de San Ángeles, la mega urbe resultado de la fusión de Los Ángeles con otras ciudades californianas, en la captura de un sanguinario delincuente prófugo de la crioprisión llamado Simon Phoenix para el que las fuerzas del orden de la nueva sociedad utópica no están preparadas. Entre persecuciones y peleas violentas con su antagonista, Spartan descubrirá que ese futuro simétrico, aséptico, vegetariano y sofisticado hasta el ridículo en el que ha despertado convive con otro oculto y arrumbado en los subterráneos que es sucio, joven, carnívoro, pendenciero y libertario. Una vez se alce con la victoria en su combate particular contra el mal, John Spartan proclamará la necesidad de hermanar lo mejor de ambos mundos.
¿Cómo explicarle a la gente que esos relamidos, puritanos y elitistas de este relato cinematográfico se identifican más con Pedro Sánchez, Irene Montero y su cuchipandi que con la derecha reaccionaria?
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