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SR. GARCÍA
LAS DERECHAS QUE VIENEN

LAS DERECHAS QUE VIENEN

Sala de máquinas ·

La izquierda ha adquirido para sí los resortes sociológicos propios de la tradición más conservadora e inmovilista

Domingo, 8 de julio 2018, 13:53

El PP, con sus primarias, se está jugando el futuro de su organización. Sólo eso. Los demás, el conjunto de la sociedad, tiene abierta una apuesta mucho mayor: nada menos que la viabilidad de una alternativa social e ideológica, una alternativa con capacidad de gobierno, frente al amasijo de las izquierdas que han logrado alcanzar el poder por la vía de la agregación parlamentaria. Las derechas, en esta nueva época, se juegan su ser o no ser contra una izquierda que en todo el mundo está rompiendo lazos con sus ligazones históricas, la modernidad y la internacionalización. Para aferrarse en cambio a lo más carca, debilitante y reaccionario de la condición humana: la tierruca, la tribu, el pueblo, lo nuestro... como contrapunto de exaltación y negación ante los demás. En definitiva, la izquierda ha adquirido para sí los resortes sociológicos propios de la tradición más conservadora e inmovilista. El miedo a lo ajeno y al porvenir. Basta con comparar la visión setentera de los Felipe González, Willy Brandt, Olof Palme o Mitterrand con los presupuestos de los socialdemócratas actuales, acomplejados y dispuestos a arriar las banderas progresistas ante la eclosión de nacionalistas y neocomunistas.

En Valencia se observa con una claridad meridiana. El año pasado se escaparon sin pena ni gloria las efemérides de tres cumbres de la cultura (Blasco Ibáñez, Miguel Hernández y Azorín) mientras aquí nos entregamos a alumbrar un cosmos de pequeñeces y melancolías habitado apenas en una minoría periférica que ahora controla los mandos de la administración. Un cosmos de una tristeza apabullante y débil, ajena por completa al ser valenciano y que en realidad es importado y falso. Es la adaptación local de los particularismos emergentes en todo el primer mundo. Lo hace Putin, lo hace Trump. Y nos acoplamos a ello en Valencia, en Baleares, en Navarra. Y pronto en muchas otras autonomías. Sorprendentemente, ahora es la izquierda la que nos devuelve el localismo romántico, pese a que sus excesos le costaron al mundo dos guerras mundiales y varias decenas de millones de muertos. El particularismo ha vuelto y cuenta con la aquiescencia de las elites culturales locales, y también de las cúpulas empresariales que frívolamente alientan un modelo federalizante, expansionista con el gasto público y enemigo del mercado único, un modelo abiertamente hostil a la iniciativa empresarial y a la manoseada cultura del esfuerzo. Los dirigentes de las organizaciones patronales han abandonado la defensa y representación de sus iguales para convertirse en un club de opinión, en un castizo casino de sociedad con pretensiones de lobby, para situarse como una especie de corte o aristocracia alrededor de los nuevos virreyes autonómicos. En definitiva, hacer política sin estar en política. El empresario común ya no tiene quien le escriba. El silencio de las patronales es aterrador; ante los nuevos impuestos, ante el acoso a la colaboración público privada, ante una legislación anticompetitiva o el crecimiento de una administración improductiva y cara... mientras el 97% de las empresas valencianas cierra antes de cumplir los cuatro años de vida, según reconoce la propia Generalitat.

Y en medio de todo esto el PP se juega su futuro: Soraya Sáenz de Santamaría o Pablo Casado. La exvicepresidenta que de política sólo concibe el concepto de poder, o sea la administración del poder al margen de principios o valores prefijados; la continuidad del marianismo después de Mariano. Y el exportavoz que quiere ser el otro Albert Rivera, que busca reflejarse en la nueva hornada de líderes que han roto con el pasado inmediato: el propio Rivera, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Los representantes de la nueva política. Es en realidad una lucha por la cuota de mercado. Sáenz de Santamaría garantiza la implantación territorial, el mantenimiento del modelo establecido del PP a través de las autonomías, a costa de una posible escisión por su ala derecha. Casado tapona esa vía de agua con un discurso ideológico más firme, centralista y aznarista, a riesgo de provocar fracturas regionales. En cinco años veremos si el partido único que ha monopolizado el espectro del centro derecha durante casi tres décadas acaba fragmentado en cuatro divisiones distintas: a) una derecha socioliberal, laica, europeísta y constitucionalista (Ciudadanos), b) una derecha conservadora, prudente y de arraigo cristiano (PP), c) una derecha nacionalista de honda españolidad (Vox o lo que surja) y d) la eclosión de las derechas regionalistas con su ramillete de sensibilidades. En definitiva, si la fractura de la izquierda acaba alcanzando también a la derecha. Nada puede predecirse, pero tampoco cabe descartarlo. Recordemos que en la II República las derechas estaban representadas por una multitud de formaciones diferenciadas: el republicanismo convencido (Maura, Alcalá Zamora), los partidos alfonsinos (Calvo Sotelo, Goicoechea), los populistas radicales (Lerroux, Alba), los católicos regionalistas (Gil Robles, Luis Lucia), los tradicionalistas nostálgicos, los movimientos fascistas (Primo de Rivera, Ledesma Ramos) y hasta el nacionalismo moderadísimo de la Lliga (Cambó) y similares.

El reto supera con mucho el alcance de estas primarias. Un proceso en el que por cierto no ha votado la militancia, sino la organización, aquellos que profesional y salarialmente están directamente implicados en la gestión del Partido Popular (56.000 participantes para un censo de casi 900.000 afiliados). Para entendernos bien, si estas primarias se hubieran celebrado en Mercadona o el Valencia CF, no habrían votado la masa de clientes o aficionados, sino los directivos y trabajadores; la organización. La sorpresa más notable es el fracaso estrepitoso de Cospedal, la jefa ha sido claramente abandonada por los suyos. La segunda sorpresa, el éxito arrollador de Pablo Casado, casi igualando a la ganadora. Curiosamente, la alternativa joven se ha caracterizado por un discurso más radical y genuino, en realidad lo mismo que hizo Sánchez en el PSOE frente a la templanza y moderación ideológica de los barones. Quizá no sea esa la raíz del éxito de Casado, quizá se deba a que el cuerpo electoral sencillamente ha tomado una decisión preventiva, sanitaria: optar por una tercera vía ante la guerra civil avecinada entre la secretaria general y la exvicepresidenta. Y la derrotada en primera vuelta ha sido Cospedal. El partido da por hecho que en la segunda vuelta la organización se votará a sí misma, los compromisaros blindarán su propia continuidad apoyando a Sáenz de Santamaría, evitando la entrada de los jóvenes bárbaros, máxime cuando Casado tiene encima la amenaza judicial por sus sospechosos títulos universitarios. También es mucho suponer, primero los perdedores lo mismo reaccionan según el concepto 'del enemigo de mi enemigo es mi amigo', segundo porque los barones ya no pueden garantizar que cuentan con la fidelidad inquebrantable de su delegación. Que se lo pregunten a Isabel Bonig.

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