Así ha quedado el bingo de Valencia arrasado por el incendio

Anochece en París mientras Gene Kelly pasea junto a Leslie Caron por los muelles del Sena. Las torres de Notre Dame se asoman por encima del pretil del puente de l'Archevêché que acaban de dejar atrás. Empiezan a sonar los compases de 'Love is here to Stay' de George e Ira Gershwin. Él canturrea que «está muy claro. Nuestro amor está aquí para quedarse. No por un año, sino día tras día para siempre. La radio, el teléfono y las películas que conocemos son fantasías que el tiempo se va llevando, pero, amor mío, nuestro amor está aquí para quedarse».

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En una ventana, Ingrid Bergman coloca unas flores en un búcaro y a su espalda Humphrey Bogart descorcha champán y llena dos copas. Ella se acerca a besarle y entre las cortinas se vislumbra una de la torres de Notre Dame.

A las puertas del monumento, una pequeña Amelie Poulain sale de la catedral con su madre, en el mismo instante en el que una turista americana decide quitarse la vida arrojándose al vacío desde lo alto de la fachada. La niña queda huérfana y su padre se transforma en un hombre triste y distante, haciendo que la francesita se refugie en un mundo de imaginación.

A media tarde del lunes, aparto la vista de la pantalla de mi ordenador en la redacción de Las Provincias y veo como, en una de las televisiones, una columna de humo escapa de la techumbre de una catedral. Me fijo bien y, además de las llamas que empiezan a surgir, me doy cuenta de que es Notre Dame. Mientras los bomberos intentan controlar el desastre, un grupo de religiosos, miembros del Ministerio de Cultura y voluntarios forman una cadena humana para sacar a toda prisa las obras que pueden cargar, y yo quisiera estar entre ellos.

Por mi cabeza pasan las colas para entrar, las capillas, los acróbatas que por la noche hacen malabares con antorchas en la plaza, la vez que fui con mi hijo y rodeamos de madrugada el edificio mientras oíamos a lo lejos tocar a una 'big band' por los conciertos del 14 de julio.

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En redes sociales, la gente saca sus fotos y recuerdos... hasta que L'Oreal, Chanel, Dior y otras grandes empresas y fortunas anuncian que donarán millones de euros para la reconstrucción. Entonces, se lía. Que si nos hemos olvidado de que hay hambre en el mundo, que si estamos talando la Amazonía, que dónde está ese dinero «para lo mío». Un puente de plata se abre para que los 'intensitos' saquen a pasear su superioridad moral... otra vez.

¡Mira que soy mala persona! Porque, mi problema ahora es que sigo sin entender porqué hay que elegir. Personalmente, quiero recuperar Notre Dame y acabar con el hambre en el mundo, pero eso me convierte en un desalmado o un idiota, según la nueva inquisición del clic, aunque me duela sin reservas que mueran niños en África y quiera que siempre nos quede París... y no sólo a trozos.

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