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El nuevo ministro de Cultura no tiene Twitter. Eso que gana en tiempo libre y se ahorra en disgustos. El antecesor de José Guirao ha cerrado su cuenta en la red del pajarito. A Màxim Huerta se le han quitado las ganas de piar en una semana y después de soportar en carne propia lo mejor y lo peor de su profesión. El periodismo ha reflejado el ascenso del valenciano al poder por méritos laborales (a ministro no llega cualquiera) y su caída por comportamientos como ciudadano (tampoco la dimisión está a la altura de todos). Esta profesión, como el manido dicho del fútbol, es así y donde pone el ojo, pone la bala. Es un oficio bipolar: tan maravilloso como ingrato y tan necesario como denostado. Las redes sociales, que amplifican las dos versiones del periodismo, añaden un ruido atronador a las noticias. ¿Sin Twitter se vivía mejor? No lo sé, pero antes los amigos del descrédito ajeno no tenían tan a mano el linchamiento público.

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