La cadena Hilton anuncia que ya no limpiará las habitaciones a diario, pero que tampoco bajará sus precios. Es decir, que los clientes de estos hoteles van a pagar lo mismo, aunque con la habitación sucia. Los sindicatos creen que semejante medida persigue suprimir puestos de trabajo y yo que los consumidores hemos perdido el control del mercado. Argumenta la empresa que la idea de establecer un autoservicio para el fregado como el que ya existe para el desayuno busca preservar el medio ambiente porque limpiar todos los días conlleva un gasto excesivo de agua. También la ducha y cambiarse de muda cada mañana serían entonces crímenes ecológicos, deduzco por tanto que el siguiente paso consistirá en que los miembros del consejo de administración de Hilton asistirán a sus reuniones sin ducharse y con la ropa interior de la víspera. Pues, por lo mismo, convendría que en estos hoteles tan concienciados los retretes se reemplazasen por areneros como los de los gatos, eso sí que sería un gesto comprometido y transformador.
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Se suponía que nos iban a sustituir los robots y resulta que, sin saber cómo ha ocurrido, los robots somos nosotros. La robotización de las gasolineras, por ejemplo, consiste en que ahora la gasolina te la pones tú, en que luego tú mismo te cobras por el servicio y en que también eres tú el que paga. No te das propina porque sería una gilipollez. La de los supermercados en que tú pasas la compra por la caja y, lo mismo que en la gasolinera, te cobras por el servicio y pagas. Y encima te vas con las manos llenas de bandejas plastificadas de pechugas y lomo adobado, perdón por comer carne todavía, porque en algunos establecimientos ya no dan bolsas ni de papel. Faltaba que en los hoteles que se suponen de más de tres estrellas otra vez seas tú el que hace la cama y desinfecta el baño. Como en la mili, pero pagando.
Nada tengo contra cucarachas, telarañas, migas o pelusas, en su compañía y en cuartos baratos se imparten las más hermosas clases particulares de sexo. Los matrimonios emergen de la clandestinidad de moteles en las afueras y ahí también naufragan como en un mar. No seré yo quien pida que cambien las sábanas si han quedado marcadas por el pintalabios, el rímel, el sudor o el jugo por el que me muero. Y menos en estos tiempos en que el Gobierno persigue las miradas lascivas y los Hilton sin limpieza podrían concedernos asilo político a los disidentes con vista profunda. Pero que bajen la factura, que no nos cobren el pesebre a precio de junior suite, que al planeta lo ha de salvar la frugalidad, no la cutrez.
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