El desfile
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Ay, Groucho, dónde estás cuando más falta hacesMiliki grita «cómo están ustedes» ante el gesto ceñudo de Chinarro. La bocina de Harpo se funde con el alboroto cuando Roberto Benigni trepa por las butacas para proclamar que la vida siempre será bella. Torrebruno tararea el 'Rocky Chaparro' junto a la mesa donde Mortadelo invita a una caña a Carpanta. Ordena las sillas Pepe Viyuela, vuelan octavillas que anuncian el Año Berlanga y José Luis López Vázquez llama «monumento» a Florinda Chico para probar la megafonía. Ya tenemos el ambientillo apropiado, puede comenzar el desfile. Escoltado por el Ballet Zoom, ejerce de maestro de ceremonias el alcalde. Altavoz en mano, estandarte al hombro, merecía tal honor después de la memorable cabalgata que nos montó para celebrar las nuevas restricciones. Avanza tras él un italiano en bicicleta. Y un inglés que no debe de ser inglés, porque de su hablar tan raro se deduce que hace playback. Y una vicealcaldesa a la que habría que requisar el móvil como a los niños malos. Y un concejal vestido de Elvis. Aplaude el público entregado. «Chantatachán», exclama tras la troupe Juan Tamariz, al tiempo que extrae unas notas de su violín invisible. Nada por aquí, nada por allá, y el conjuro hace efecto. Al director de un auditorio le desaparecen de súbito cinco mil euros de su mochila, al gerente de una empresa pública cuatro millones y en una cochera se volatilizan veintiséis autobuses. Prodigioso. El mago y las víctimas dan paso a una pareja muy divertida. «Por eso vete, olvida mi nombre, mi cara, mi casa y pega la vuelta», canta ella, vicepresidenta de algo. «Jamás te pude comprender», replica azorado él, a quien llaman presidente. Mecheros al aire hasta que disipa el melodrama la irrupción de una carroza sobre la que saca músculo un diputado indómito, del que cuentan las epopeyas que osó adentrarse en la nieve mientras confluían las alertas sanitaria y meteorológica, en contra de lo que pedía la entidad que le paga a la gente que le vota. Marchan detrás suyo filas de buhoneros que ofertan sus proyectos, a cada cual más insólito; un estadio nuevo que nacerá viejo como Benjamin Button, un carril bici por el que no caben las bicis... Y ninots, decenas de ellos, material sobrante porque el jefe, toda prudencia es poca, necesitó 3.500 muertos para decidirse a cancelar las Fallas. Ya se adivina el final. Varios alcaldes rebañan el cuenco de las vacunas, que no corren tiempos para el derroche. Y un guineano interpreta los grandes éxitos de Botifarra. Y a su lado un productor bien emparentado pasa la gorra. Y un senador arranca carcajadas con sus preguntas estúpidas. Y también dos huevos duros. Ay, Groucho, dónde estás cuando más falta haces. Nunca perdonaré que no te levantes.
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