
«No me desordene el estudio»
GRANDES ALMACENES ·
En sus memorias, el galerista francés Ambroise Vollard (1868-1939) nos revela curiosas manías de grandes artistas de su épocaSecciones
Servicios
Destacamos
GRANDES ALMACENES ·
En sus memorias, el galerista francés Ambroise Vollard (1868-1939) nos revela curiosas manías de grandes artistas de su épocaMemorias de un vendedor de cuadros' es un libro reeditado este año en nuestro país por Renacimiento con numerosas ilustraciones y un notable prólogo ... de Blanca Ripoll. En ese volumen de 420 páginas, el galerista francés Ambroise Vollard (1866-1939) nos revela magníficas anécdotas sobre manías y fijaciones de grandes artistas con los que trabajó de forma estrecha. Por sus páginas desfilan Renoir, Cézanne, Manet, Monet, Picasso... Me detengo ahora en una de esas vivencias cotidianas, protagonizada por el pintor y escultor Edgar Degas (París, 1834-1917).
Degas ocupaba dos pisos y un estudio en la calle Laval de París. «Todo lo que no encontró cabida en su vivienda fue a parar al estudio», cuenta Vollard. «Así se veían juntos los objetos más dispares. Al lado de una bañera, una cama con barandillas y, en un rincón, una cómoda desprovista de cajones (...). Por aquí y por allá, encima de los caballetes, lienzos sin terminar. Un objeto que entrase en el estudio, no solo no salía ya de allí, sino que no cambiaba nunca de lugar».
«Me gusta el orden» decía Degas en medio de aquel caos. Vollard respetaba esa extraña valoración de Degas. Las raíces del mundo cotidiano de cada cual, sobre todo en personas mayores, están labradas en tiempos remotos. «Una vez -sigue contando Vollard- le llevé un cuadro que me había pedido para verlo. Cuando estaba yo deshaciendo el paquete, se desprendió un pedacito de papel, que no era mayor que un confeti, revoloteó y cayó en una ranura del piso. Degas se precipitó a recogerlo. 'Tenga cuidado, Vollard, no me desordene el estudio».
«Cuando nuestras relaciones se hicieron más estrechas, me aventuré a invitar a Degas a comer». Aceptó Degas la invitación, pero puso condiciones. «Con mucho gusto, Vollard. Pero fíjese bien. En lo que coma no debe haber mantequilla. Además, que no haya flores en la mesa. Y muy poca luz. Ya sé que encierra usted el gato y que nadie llevará perros. Y si hay mujeres, ruégueles que no se perfumen. ¡Habiendo cosas que huelen tan bien, por ejemplo, el pan tostado... Y nos pondremos a la mesa a las siete y media en punto».
En mi experiencia como periodista he tenido vivencias con destacados artistas que me sorprendieron por lo tenaz de sus fijaciones. Un reconocido pintor me invitó en 1989 a comer en un restaurante del Saler. El camarero trajo una pequeña cesta de mimbre con dos panecillos. Uno de ellos estaba colocado al revés, con el dorso situado en la parte superior. El artista se puso tenso. «¡No, no! Pon bien ese panecillo, por favor», me rogó. Y añadió con la voz algo entrecortada «Mi madre decía: 'Cuando veas un pan del revés, te acordarás siempre de Santa Quiteria'» Di la vuelta al panecillo y me puse a hablar, para olvidar el incidente, del recién inaugurado IVAM. Le interesó el tema y el célebre pintor se relajó.
Al llegar a casa busqué en una enciclopedia la biografía de Santa Quiteria. Encontré estos datos: «Santa Quiteria fue una virgen y mártir del siglo II, de la que poco se conoce, más allá de su nombre y su culto. La leyenda habla de Quiteria como una de las nueve hijas que de un solo parto tuvo Calsia, la esposa del entonces gobernador romano en Braga».l llegar a casa.
Sobre el pan, ni una palabra. Sea como sea, desde entonces me apresuro a darle la vuelta a los panes mal colocados. Y me acuerdo siempre de Santa Quiteria.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Santander, capital de tejedoras
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.