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No hubo espacio en la agenda del ocupado presidente de la Generalitat, Ximo Puig, (y todo su Consell) y del líder de la oposición, ... Carlos Mazón, (y su cúpula más próxima) para acudir a la cita. Todos tenían poderosos motivos para no hacerlo. De hecho, unos y otros deben seguir trabajando por nuestra Comunitat. Y, además, hace falta que lo hagan con urgencia y solvencia. Primero, para frenar la enorme desafección de la ciudadanía respecto a la política (y quienes la protagonizan). Segundo, para revertir la preocupante situación económica y social que vivimos: los requiebros de una guerra; una sanidad colapsada; la infrafinanciación autonómica, cuyo debate parece olvidado; el agua, convertida en un arma para azuzar la batalla; la corrupción, que siempre duerme en la retaguardia; la incertidumbre, que ha pasado a ser un modo de vida...

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Dicho todo ello -y advierto que esto no es un despecho a lo Paquita la del Barrio-, que no acudieran a escucharles y escenificar una imagen de cordialidad y acercamiento -aunque sólo fuera eso, escenificar- ha sido una oportunidad perdida. Para ellos, claro. Porque a unos y a otros, de los que conocemos como grandes partidos y los que no lo son tanto, les hubiese sido fructífero escuchar el diálogo -sincero y con buena dosis de intensidad- que esta semana protagonizaron en este periódico los ex presidentes Joan Lerma y Alberto Fabra. Un encuentro enmarcado en el proyecto 'Tendemos Puentes' que ha lanzado esta histórica cabecera que acaba de cumplir 157 años.

Lerma acudió a la cita con la lucidez que le da el bagaje político y el sosiego de saber que en el horizonte ya no hay más meta que caminar tranquilo por la vida. Y hacerlo sin ataduras y con libertad para decir lo que uno piensa. Cualidades y actitudes que le permiten analizar la actualidad y el futuro desde una perspectiva amplia en la que no le importa tanto ser fiel a un partido -que también- sino a sus principios. Por todo ello, el senador autonómico regaló reflexiones certeras como que la batalla de un político no debe ser otra que la de buscar equilibrios y propiciar los consensos. «La política no es hacer obras; todos las hacen. La política es hacer que las personas vivan en paz, de forma colectiva y en libertad». Y añadió que lo importante es llegar a acuerdos, con lo que ello supone: «pactar significa renunciar a una parte de lo que uno pretende». «El PP debe defender su proyecto y el PSOE el suyo-aclaró-, pero buscando la perdurabilidad en asuntos de futuro».

Fabra, por su parte, se mostró especialmente relajado. A estas alturas, sus aspiraciones políticas están colmadas y sabe que debe volver al ruedo electoral no por él, sino por su partido. Sus intervenciones estuvieron marcadas por la cordialidad y la autonomía que da el no tener la urgencia de la ambición ni de las metas angostas. Por eso, en el escenario, acentuó su carácter conciliador y pacificador. Incluso, se le vio ilusionado con salir a defender su candidatura como número uno por Castellón para la Generalitat. Y lo está porque le permite recorrer los pueblos de su provincia y descubrir esas pequeñas (o grandes) historias de vida que se forjan lejos de la vorágine mediática y de los asuntos de Estado. «Nos empeñamos en hacer una hoja de ruta alejada de la realidad; pero esa hoja de ruta nos la deben marcar los ciudadanos». Apostó por pactos de largo recorrido y con la mirada puesta en un mañana en el que las leyes se hagan «escuchando a los expertos y buscando voces diversas». «Hay que saber escuchar, y especialmente al principal partido de la oposición», reflexionó mientras abría el melón de la desafección entre la sociedad y sus representantes: «La crispación, en cualquier caso, nos aleja entre nosotros y también a la política en general de la sociedad».

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La conversación fluyó sin aristas. Redonda, como la plaza. O como ese ojo de pez que permite ver la vida desde todos los ángulos. Algo que, para nuestra desazón, no se practica en la política actual, más pensada en encallarse cada uno en su mundo y no tanto en el que clama la realidad. ¿Conocen nuestros políticos, de verdad, cómo somos los valencianos? ¿Nos conoce quien se sienta o pretende sentarse en el principal despacho del Palau? ¿Se creen que nos gusta más la política de las camisetas crispadoras que la del diálogo? ¿Un 'Dos de Mayo', como el que pintó el Francisco de Goya más magistral, o el abrazo a lo Genovés? Cuando dicen, 'Tots a una veu', ¿se lo creen de verdad?

Algunos no deben tener muy claro a qué ciudadanía están representando (y gobernando) o pretenden hacerlo. Esa en la que la sociedad que la conforma sabe muy bien qué quiere decir eso de los lunes al sol o estar en números rojos. Esa sociedad que conoce qué es no tener un cajero en el pueblo o no poder pagar las clases particulares de inglés a sus hijos porque no llega el dinero. Esa que se cabrea cuando, para pasar la ITV, se tiene que ir a otra ciudad; que se amontona en trenes de Cercanías porque no existen los refuerzos necesarios; que ve con preocupación como no hay plazas en residencias de mayores... Esa sociedad que comprende qué significa «ahí afuera hace mucho frío».

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Tender puentes es necesario. Conseguirlo, laborioso. Y planteárselo, ambicioso en exceso. Porque, además, tiene unas exigencias de generosidad tan grandes que la mayoría de veces lo convierte en un imposible. Pero hay que intentarlo. Hemos naturalizado tanto la crispación y la polarización que conseguir, por ejemplo, que un día se sienten juntos Puig y Mazón a tomar café y a hablar de la vida es altamente improbable. ¿Creen que algún día se lograra hacer ese reportaje o no habrá agendas para el diálogo? Un café juntos. Sin más. Pero marcado por la sinceridad, el respeto y la normalidad. Una forma de demostrar a la ciudadanía que, más allá de la rivalidad política, los asesores, los intereses partidistas y las cuestiones ideológicas, hay gente capaz de compartir visiones del día a día sin importarles, por un instante, lo que se juegan en unas elecciones. Compartir un café como quien acude a un bar del barrio y acaba hablando con un compañero de barra sobre el horror de un año de guerra, sobre la joven que falleció de peritonitis, sobre el precio del aceite de oliva, sobre la humedad que acentúa el dolor de espalda y el médico te dice -a lo Mariano José de Larra- «vuelva usted mañana»... Hablar, hasta de libros. De Theodor Kallifatides, de las píldoras de Baltasar Gracián o de 'El huerto de Emerson' de Luis Landero, que ando leyendo y subrayando: «Contra las indigencias de la realidad va don Quijote, y a la busca del tiempo perdido».

Es domingo, 19 de febrero. En Ucrania, llevan un año colmando de dolor a quienes menos lo merecen. La guerra es la pena de muerte del diálogo. El grito.

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