Hacemos poco caso del legado de nuestros hijos ilustres? La pregunta es antigua; pero pertinente, a la vista de los acontecimientos de esta semana en torno a Blasco Ibáñez. Sin embargo, siendo grave lo que se plantea, no es descabellado responder al dilema con un «depende». Porque lo que pesa sobre el ánimo municipal, muchas veces, no es solo el deber de conservar y difundir el patrimonio cultural de sus hijos ilustres, sino el de sobrellevar con buen ánimo las exigencias de fundaciones e instituciones nacidas para ejercer como acicate del recuerdo del vecino esclarecido.
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En el caso de Blasco Ibáñez, desde que en 1997 se recuperó la Casa Museo, el Ayuntamiento no ha dejado de sufrir dolores de cabeza a causa de las exigencias, no diré que infundadas pero sí rigurosas, de los herederos. El legado, sus partes, su propiedad, el importante matiz jurídico de si lo que se hizo fue un depósito o una donación, han sido materia controvertida. Señalo lo significativo de un hecho: se están dando igual ahora, con esta corporación, como antes de 2015. Blasco Ibáñez, o mejor la Fundación nacida en 2001 en torno a su figura, termina siendo una pesadilla para quien accede al departamento municipal de Cultura. Porque, si vale la palabra, se ve asediado por una institución que, aunque sea ese su papel, nunca va a ver colmado el nivel de adoración del mito.
Nunca se han trasparentado bien las legítimas ambiciones de la Fundación. Nunca hemos sabido con claridad si lo que pretende es dinero, que no parece, o alcanzar capacidad de gestión en la formulación de programas culturales. No es fácil ver tampoco qué atractivo vislumbra la Fundación en el horizonte de la Biblioteca Nacional. Porque cuando el legado de Blasco esté allí, estará en el mejor balcón de España; pero acompañado, ay, de un sinnúmero de colegas de la literatura, lo mejor de cada casa.
Sería bueno que la Fundación expresara mejor sus aspiraciones en un contencioso con el Ayuntamiento que ya ha cumplido veinte años y debe de cesar. Hagamos, si es posible, unas reglas estables desde el convencimiento de que el Ayuntamiento, que puso en pie la Casa-Museo, debe ser titular del legado y debe ser también el administrador lógico de la actividad cultural correspondiente: con su director, sus investigadores, sus funcionarios, horarios y programas de visitas.
¿Tiene la Fundación otras ideas que debieran ser desarrolladas? Lo mejor que podría hacer es exponerlas. Quizá la adecuada combinación de una línea de acción privada y otra pública, de una netamente académica y otra de raíz popular sería conveniente. Porque la realidad, hablemos claro, es que la pasión por programar actividades investigadoras y divulgadoras no siempre se compagina con la pasión de vecinos y turistas por disfrutarlas. Pero ojalá haya paciencia en ambas partes y, al final, paz. Todo cuanto se haga por difundir la figura del escritor es poco en estos tiempos de incultura creciente.
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