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Hizo bien el presidente Ximo Puig en salir a replicar la intromisión del independentista catalán Quim Torra en la política valenciana al incluir a la Comunitat entre las autonomías españolas que podrían llegar a ejercer el derecho de autodeterminación, una posibilidad que como todo el mundo sabe (excepto los secesionistas de Cataluña) está reservada a los territorios coloniales, que evidentemente no es el caso. Es verdad que el líder del PSPV muestra una firmeza y una contundencia que en otros tiempos se ha echado a faltar. No habrá más remedio que recordar otra vez la vergonzante recepción 'a lo jefe de Estado' dispensada a un Puigdemont que ya estaba en pleno desafío a la Constitución, a las leyes, a los jueces, al Tribunal Constitucional y a cualquiera que le llevara la contra a su ensoñación republicana. Como también es cierto que desde Presidencia de la Generalitat y desde algunos departamentos del Consell que dirige Puig se sigue subvencionando de forma generosa y con riego permanente a entidades, colectivos y hasta medios de comunicación decantados de forma clara y sin matices a favor del 'procés' y de los delincuentes encarcelados. Pero con eso y con todo (que no es poco) y siendo conscientes de que la repentina transformación del inquilino del Palau incorpora un tufillo electoral fácilmente perceptible, bienvenida sea la defensa rotunda de la autonomía valenciana y el total alejamiento de posiciones rupturistas que hoy por hoy tienen escaso respaldo en la Comunitat. No hay más que ver cómo se ha desmarcado Compromís del manifiesto nacionalista firmado en Barcelona, mirando con el rabillo del ojo hacia el 10 de noviembre, por supuesto. Así que ahora ya sólo falta que el presidente se siente un día con su conseller de Educación, el nacionalista Vicent Marzà, y le lea la cartilla. Una lectura de cartilla que debería incluir la prohibición de seguir hablando de un mercado único para el catalán (en el que, casi está de más aclararlo, incluye al valenciano), así como la reorientación de la política lingüística de su departamento, que no debería seguir discriminando al castellano ni tomando como modelo la inmersión catalana. A no ser que Puig diga en público una cosa y luego, en su gestión diaria, haga la contraria. Porque mientras se desmarca de la vía independentista de Torra, su política lleva a la Comunitat por la misma senda que emprendió Cataluña hace décadas, la de la construcción artificial e impostada de un proyecto nacional con el ariete de la lengua («la nostra llengua» le llaman para no nombrar el valenciano). Va a tener que aclararse Ximo Puig y decidir con cuál de sus perfiles se queda, con el firme defensor de la autonomía valenciana o con el cómplice del proyecto nacional que lidera Compromís.
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