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EL DINERO DEJA HUELLA

Pablo Salazar

Valencia

Miércoles, 23 de mayo 2018, 00:55

Blanqueo de capitales. Eduardo Zaplana dejó la presidencia de la Generalitat hace nada menos que dieciséis años, en 2002, siendo sustituido por Francisco Camps, al que sucedió Alberto Fabra, y sin embargo es ahora cuando afloran ilícitos penales relacionados con su etapa en el Palau, que comenzó en 1995. La clave, claro está, es el dinero, los movimientos en las cuentas que llaman la atención de los investigadores y que les ponen sobre la pista de posibles delitos de prevaricación, cohecho o malversación. Sin ánimo de prejuzgar a nadie -los tribunales deben hacer su trabajo- ni de comparar situaciones reales con la ficción, lo ocurrido con el expresidente recuerda mucho a las películas americanas en las que tras un golpe maestro en un banco o un casino, el cerebro de la operación insiste a sus compinches que no pueden circular el botín, que no cambien su forma de vida, que no hagan locuras, que no compren ningún artículo de lujo, que no se muden, que no viajen más de la cuenta... Pero al final, y pese a todas las advertencias, siempre hay uno que no aguanta, que no resiste la tentación, que se cree que son exageraciones, y mete la pata. El dinero, pese a todas las pantallas, tapaderas y paraísos fiscales que lo envuelven, deja huella. En una casa, en un barco, en un coche de alta gama, en joyas y relojes o en obras de arte, deja tras de sí un rastro por el que tirar del hilo, que es lo que al parecer ha hecho la Guardia Civil.

Frente al escepticismo que muchos ciudadanos puedan sentir al enterarse de que unos delitos presuntamente cometidos en el ejercicio de un cargo público tardan cerca de veinte años en salir a la luz (veremos ahora en qué acaban y si finalmente es juzgado o no) se impone otra realidad mucho más esperanzadora para una sociedad democrática como la española, aquejada de una evidente crisis de credibilidad en el sistema: al final y aunque pase mucho tiempo, el que la hace la paga. No creo que pueda dormir tranquilo el que sabe que el fruto de sus mordidas antes o después va a salir a la luz, que no va a poder disfrutar tranquilo de sus ganancias, que no va a poder tocar un dinero obtenido ilegalmente. Lo cual, a su vez, es un buen aviso para los actuales y los futuros gobernantes, que pueden tener la completa seguridad de que si cometen un delito es más probable que los acaben pillando. La Justicia es lenta, exasperantemente lenta, carece de medios humanos y técnicos, es enrevesada y garantista, pero hace su trabajo. Dieciséis años después de dejar de ser presidente de la Generalitat nadie podía pensar que a Eduardo Zaplana lo fuera a detener una mañana la Guardia Civil por unos asuntos que parecen de la prehistoria. El primero que no lo imaginaba era él, por eso seguramente hizo lo que hizo y por eso está como está.

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