Si los visillos volaban significaba que el aire corría y nos quitaba el calor. En verano vivíamos con los balcones abiertos de par en par. Así que por las noches nos veíamos unos a otros cenando. Que aproveche, Victoria. Lo mismo digo, Jacinta, cómo han crecido sus nietos este curso. Ni que lo diga, Victoria, comen como limas... Luego, ya metido en la cama, el niño que fui creía distinguir si los pasos que resonaban sobre la acera desierta eran de pareja de novios (tacones y cuchicheos) o de polis y cacos (pisotones y risotadas). Casi dormíamos en la calle. Y en invierno lo mismo, pero al revés; si teníamos frío nos poníamos otro jersey o un batín. Eso de pasar las cuatro estaciones en casa con la misma camiseta de manga corta y el mismo pantaloncito es muy reciente, desde que existe el aire acondicionado y los radiadores de gas, para ser exacto.

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Hemos avanzado mucho gracias al empleo masivo de electricidad y gas. Y ahora, por seguir ganando calidad de vida, aspiramos a que la energía no ensucie y que además siga estando a nuestro alcance. Estupendo, me apunto... Aunque no parece fácil. El camino resultará tortuoso. Adelanto una certeza que escuece a los políticos naif: la electricidad barata contamina y la energía muy barata contamina mucho. Si queremos electricidad limpia debemos ser conscientes de que habrá que apretarse el cinturón. Evolucionar a una economía verde, manteniendo nuestro actual nivel de consumo, es imposible. Ser verdes significa consumir menos y más caro. ¿Alguien ha visto alguna vez un producto etiquetado como ecológico que cueste poco? ¿Por qué nadie dice la verdad sobre esto? La gran falacia contemporánea es que la revolución ecológica creará empleo, en lugar de destruirlo, y que nos incluirá a todos.

La decadencia de los europeos no vendrá de la inmigración o del renacer de las extremas derecha e izquierda, siendo enormes tales retos, el asunto que puede romper nuestra convivencia es la transición a la economía verde y digital. Si no se hace bien, muchos quedarán atrás. Para entendernos, algunos tendrán coches eléctricos, pero los precios y los impuestos convertirán a la mayoría en nuevos peatones. Da igual si las compras de internet se sirven en casa o si los teléfonos ofrecen videos de gatos al que está triste (ventajas ridículas del mundo virtual), cuando la clase media no pueda comprarse una vivienda decente o pagar la factura energética, los valores europeos, basados en libertad individual e igualdad de oportunidades, se irán a la mierda. Apaguemos bombillas, pero encendamos la luz del sentido común.

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