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Cuando oyes hablar a Puig es casi imposible no estar de acuerdo con él. Para empezar porque cuida bastante el lenguaje, lo mima, se le notan los años de ejercicio periodístico, y lo del sujeto-verbo-predicado lo tiene bien aprendido, no como otros dirigentes ... políticos, que se lían, no se les entiende o resultan farragosos. Su discurso es amable, el clásico socialdemócrata de toda la vida que le puede sonar bien hasta a un conservador, no tanto a un liberal. No suele ser agresivo aunque hay latiguillos -algún que otro dardo a la presidenta madrileña- que no consigue superar. Buenas palabras, compromiso social, ofertas de diálogo, necesidad de pactos, tender puentes, la Comunitat de tots, la sanidad universal... ¿Quién va a estar en contra de algo así?
El problema llega cuando para gobernar tiene que contentar al ala más izquierdista y nacionalista de su partido y, sobre todo, cuando en su Consell se sientan consellers de Compromís y de Podemos. Entonces, el discurso amable y las palabras almibaradas casan mal con la realidad, con la gestión, con el método que se aplica y se plasma en el Diario Oficial. Ahí, la Comunitat ya no es de tots sino sólo de alguns. ¿Y qué hace Puig? Poner cara de no haber roto nunca un plato.
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