Disparates

Estas vacaciones a medio gas de escasos viajes y pertinaz miedo, sumadas a las crispaciones del ambientillo político tan de chanchullera caja B, provocan ardores y latigazos contra las chepas ajenas en vez de causar risa y cuchufleta. Las salidas de tono de ciertas celebridades deberían de fomentar nuestro regocijo, en ningún caso nuestra ira. Sin esas declaraciones, sin esas demostraciones, nuestra vida resultaría mucho más aburrida. Preservemos, pues, a los personajes que alegran nuestras existencias gracias a sus conductas disparatadas.

Miguel Bosé, por ejemplo, se lo monta de conspiranoico de primer grado y frente al enfado de algunos a mí tan sólo me transmite carcajadas porque estamos ante un señorón en pleno naufragio y maravillosa decadencia, y eso tiene su punto. Y si alguien demuestra tan superior inocencia de conceder rigor a sus paparruchas, allá él. Yo, en cambio, espero que Bosé prosiga por esa gloriosa senda pues eso indicaría que nos aguardan momentos sublimes. Otro que ha recibido escarnio y mofa es Enrique Ponce. Vale, de acuerdo, si bien es absolutamente lícito encontrar el amor a cualquier edad, realizar el canelo en nombre del enamoramiento destila el perfume de la ridiculez rotunda. Es difícil resistirse a las chanzas cuando un maduro se infantiliza de semejante manera, pero tampoco exageremos. Superando la vieja polémica del toros sí, toros no, Ponce lidera el escalafón desde hace más de veinte años y se juega el pellejo cada tarde frente a morlacos astifinos de media tonelada, razón suficiente como para perder la olla. La proximidad con la muerte, supongo, fertiliza ciertos desvaríos, ignoramos si pasajeros o duraderos. En cualquier caso, este verano, con Bosé y Ponce, segrega cierta alegría que nos permite escapar, durante unos minutos, del Covid. Sólo por eso les doy las gracias.