Pintamos los bancos con los colores del arcoíris. Retorcemos el lenguaje hasta inventar femeninos imposibles. Nos encomendamos a la neutralidad de la arroba para que valencianos y valencianas sustituyamos amigos por amig@s, lo que nos hace dichosos y dichosas a partes iguales. Modificamos las luces de los semáforos, como si poner falda al monigote luminoso e identificar una prenda con un género no fuera en sí mismo una suprema expresión sexista. Vivimos tiempos de corrección política, donde pesan tanto la ética como la estética, y está bien que así sea para que ni una sola sensibilidad quede a la intemperie. Sin embargo, en tan impecable contexto de exquisitez formal no regateamos aplausos al tío falto de gracia que se suena los mocos con la bandera de España. Ahí no hay ofensa, sino libertad de expresión, comedia. Y gente, ay que ver, con escaso sentido del humor. Curiosa la piel de nuestra sociedad tuitera, tan fina unas veces, gruesa como el cartón otras. En estos tiempos revueltos en que los concejales persiguen a los policías resulta que pactar en Andalucía con Vox sería arrojarse a los brazos de la ultraderecha, pero entrar en la Moncloa a hombros de Bildu y ERC representa un escrupuloso ejercicio de higiene política. Lo mismo que gobernar la Comunitat bajo el auspicio de Podemos, obviando que no hay apreciables distancias entre el radicalismo de izquierdas y el de derechas, que uno y otro pescan en el mismo caladero, el del descontento activo y las ganas de reventar el sistema desde sus entrañas. Depositar una determinada papeleta en la urna equivale a ser facha pero salir a la calle para violentar el resultado del escrutinio es esculpir un monumento a la democracia. Promovemos con una mano el fin de la inviolabilidad del Rey mientras acariciamos con la otra el indulto al independentismo. Y en pleno frenesí brindamos a la salud de esa constitución cuarentona agredida por Vox pero tan bien defendida por el PSOE con su nación de naciones, Podemos y la abolición de la monarquía, el escapismo secesionista o la esquizofrenia de Compromís. Bienvenidos a la doble moral.
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