Del coronavirus COVID-19 se ha dicho casi todo: su despliegue informativo, público y privado, ha inundado los medios de comunicación. Se ha hablado de la familia de origen de este microorganismo, de sus tipos y las diferentes enfermedades que han provocado en los últimos años; de su aspecto, sintomatología, transmisión, espectro clínico y letalidad; de sus brotes epidémicos; del incesante número de personas contagiadas, fallecidas y curadas en España y el resto del planeta en su última mutación; de su diagnóstico y pronóstico; del protocolo de medidas preventivas y terapéuticas; así como de multitud de otras actuaciones sobre el control y seguimiento de la pandemia global.
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Es abundantísimo lo vertido sobre este virus, pero pocas cosas esenciales se saben de él, si por saber se entiende la posesión de certeza acerca de algo. Hasta el momento, ni hay certidumbre acerca de su etiología, ni existe tratamiento específico, ni se dispone de vacuna adecuada. Lo reconoció el propio director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS): «Esta es la primera vez que hay una pandemia de coronavirus en el mundo y, aunque ahora conocemos muchas más cosas del COVID-19 que al principio de la pandemia, todavía hay demasiados puntos oscuros. Tampoco sabemos cómo el virus va a evolucionar en el futuro, por lo que tenemos que aceptar la situación con apertura de espíritu».
Sin menoscabo de la ingente e irreemplazable intervención del mundo científico y sanitario en este tema -que no cuestiono en absoluto-, lo que se conoce de él hasta ahora es importante pero intermedio, un reflejo más de la limitación del saber humano, que se hace más dramática cuando es la salud la que está en juego. Curiosamente, el cúmulo de ideas que se poseen acerca del COVID-19, que pronto se verá incrementado, es el único al que ha podido acceder en la actualidad la denominada 'sociedad del conocimiento', de la que formamos parte y cuya meta ansía la implementación de una comunidad inteligente dispuesta al continuo aprendizaje.
Al igual que en otras dimensiones -psicológica, social, afectiva...- de esta crisis se ha disparado la reflexión sobre el modo de afrontarla y se ha hablado mucho acerca de la vulnerabilidad de nuestra civilización o del desvalimiento de la condición humana -como si fuera algo que acabáramos de descubrir o como si la mortalidad de nuestra especie aconteciera ahora por primera vez-, podría ser también objeto de meditación la virtualidad epistemológica de esta pandemia, en el sentido de que aquella citada apertura de espíritu, a la que apelaba el dirigente de la OMS, a lo que debe conducir en verdad es a la actitud de 'docta ignorancia' sostenida hace siglos por Nicolás de Cusa (1401-1464).
Este pensador renacentista partió de una precisa determinación de la naturaleza del conocimiento: la de que es posible conocer solo si aquello que aún no se conoce posee cierta proporcionalidad u homogeneidad con lo que se conoce. De esta forma, lo que es ignoto y no guarda proporción con el conocimiento que poseemos escapa a toda posibilidad de ser conocido, pues la verdad -en lo que tiene de absoluto y necesario- está siempre más allá del conocimiento. Lo único que se puede hacer al respecto es proclamar la propia ignorancia, cuyo reconocimiento recibiría por ello la denominación de 'docta ignorancia'.
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Es cierto que, aun teniendo en cuenta solo el último siglo, los logros obtenidos por las ciencias de la salud han conseguido maravillas antes impensables. Sin embargo, a pesar de sus espectaculares avances, con demasiada frecuencia sus conocimientos ni solucionan ni explican siquiera numerosas situaciones sanitarias a las que ha de hacer frente el profesional en su consulta diaria. Su propio bagaje le sitúa ante el abismo insondable de lo desconocido y, a la vez, ante la necesidad de dar sentido a los enigmas de la vida. Ramón y Cajal (1852-1934) situó el problema en sus justos términos: «Puesto que vivimos en pleno misterio, luchando contra fuerzas desconocidas, tratemos en lo posible de esclarecerlo». Entre otras muchas cavilaciones, el COVID-19 puede aportar también la de la vigencia y conveniencia -todavía en nuestros días- de una sana 'docta ignorancia'.
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