A cuatro días de camino nos aguarda el abismo. El escenario hostil de la gran batalla que troquelará la nueva fisonomía de nuestro peculiar tablero de Risk. La fe en algún ardid diplomático capaz de cubrir las trincheras se extinguió. Ingenuo era encomendarse a la oquedad de las palabras cuando el concepto 'debate' se interpreta como sinónimo de combate antes que de diálogo. Todo queda ya fiado a la voluntad última del cuerpo a cuerpo, sin muros en los que delegar la contención del enemigo; el duelo largamente reclamado por unos y postergado por otros, estrategas todos a la espera del momento idóneo para hincar el colmillo. La prueba que juzgará la legitimidad del entramado de alianzas urdidas en territorio separatista para alumbrar un nuevo régimen construido sobre la confrontación, amasijo de voluntades incompatibles enhebradas por el espíritu de supervivencia. El examen al otro mejunje, dotado de mayor cohesión ideológica sin que por ello sus inductores desconozcan que en este viaje en equipo transportan mercancía peligrosa. Dos cócteles de pesada digestión para una cata reservada a estómagos valientes. La dilación se ha eternizado. Durante la extenuante campaña hemos visto resucitar a los muertos rescatados de un pasado en blanco y negro, aprendido a interpretar silencios, intuido los resortes de algún que otro sonrojante 'pelillos a la mar' protector de futuros acuerdos dirigidos a salvar el gaznate. Tiempo hubo para embadurnar nuestra inquietud con el ungüento de las encuestas en busca de augurios fiables, algún espoiler benevolente que acallara los ruidos del hambre. Todo en medio de este abril sin sol, invierno en primavera. El domingo saldremos de dudas. Cuando pase esto de las elecciones, el escrutinio aún calentito, resopón de palomitas y a disfrutar de la batalla de Invernalia.
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