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Abogado, político, economista pero sobre todo será añorado como el divulgador que introdujo la ciencia en la cultura popular, en las casas de millones de españoles de manera transversal, de padres a hijos. A la hora de definirse, decía «me gusta saber qué le pasa a la gente por dentro». Para ello interpelaba constantemente a la audiencia lanzándoles dilemas en primera persona como: ¿Estoy dónde quería estar o estoy donde los demás han querido que yo esté? Él estuvo donde quiso estar. Ministro de Relaciones con las Comunidades Europeas en la Transición, como reconoció muchas veces, porque era el único que dominaba el inglés en aquella época; consejero de Finanzas de la Generalitat; miembro del Fondo Monetario Internacional; director de The Economist de la edición América Latina; eurodiputado, profesor y autor de una prolija colección de libros sobre el ser humano entre los que destaca 'El viaje a la felicidad', un campo en el que sobresalieron sus reflexiones. Solía incidir en que «es la ausencia de miedo». Un «estado emocional», insistía, que realmente «está en la antesala de la felicidad». Como firme defensor de la empatía y la flexibilidad intelectual, apostaba por el aspecto positivo del cambio de opinión en contra de la rigidez y la estrechez mental. Con su mediático carisma ejerció de altavoz de sus «amigos científicos», a los que se refería de este modo con frecuencia, para explicarnos que el poder del inconsciente, las emociones y la intuición están por encima de la razón.

En 1996 se presentó en la pequeña pantalla hablando de Redes, un espacio televisivo al que llamó así «porque las redes humanas, las redes de la información, las redes del conocimiento, serán realmente el soporte de la vida cotidiana». Y no se equivocó. 18 años de emisiones, más de 600 programas en los que entrevistó a los mejores investigadores internacionales. Richard Dawkins, Jane Goodall, Steven Pinker, Antonio Damasio, Frans Waal, Howard Gardner, Matthieu Ricard, Helen Fisher... son solo algunos de ellos. Desconocidos para las masas pero estrellas mundiales del firmamento del conocimiento al que nos dio la oportunidad de subir en un ascensor para todos los públicos para después lograr que esas mentes brillantes descendieran de la nube académica para explicarse en un lenguaje inteligible. En su búsqueda insaciable de respuestas nos acercó a las claves de los grandes misterios del universo -desde el origen de la civilización, la genética o la neurociencia, a la psicología, el clima, las epidemias o los agujeros negros- cuestionando los dogmas establecidos. Nos ha dejado el polifacético pensador de cardado plateado, casi un showman tan peculiar como imitado, y parsimonioso acento catalán que supo despertar el interés por el aprendizaje desde el entretenimiento. Aunque, antes de irse, nos irradió su curiosidad y optimismo enseñándonos que «hay que darse cuenta de que hay vida antes de la muerte y no obsesionarse todo el rato en saber si hay vida después de la muerte«. Gracias, Eduard Punset.

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