Las conclusiones del último informe 'Panorama de la Educación: indicadores de la OCDE 2022' que se presentó hace unos días son, de nuevo, demoledoras para España. El 27,7% de los españoles de entre 25 y 34 años no ha cursado ni Bachillerato ni Formación ... Profesional. Es decir, casi 30 de cada 100 jóvenes solo cuenta con los estudios básicos para acceder al mercado laboral. Es la tasa más alta de la Unión Europea y el doble de la media que se registra en los denominados países avanzados que se integran en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. A pesar del pésimo récord, hay quien expresa su alivio porque la estadística española ha mejorado respecto a hace una década, cuando esa misma tasa se encontraba en el 34%. En cuanto a la relación y efectos sobre el empleo, uno de cada cinco jóvenes ni estudia ni trabaja. España se posiciona así como segundo país de la UE con más porcentaje de 'ninis'. Solo Italia supera a nuestro país en este deplorable ranking. Ante estos devastadores titulares para el prestigio y el futuro desarrollo, el asunto debería haber ocupado debates parlamentarios de primera magnitud. Sin embargo, nada de esto ha ocurrido. Lejos de propiciar un pacto de estado por la educación de las nuevas generaciones, cada vez que en la Moncloa hay cambio de inquilino también hay reforma de leyes al respecto. Y así es como sucesivamente los colegios se han convertido en el pimpampum de los partidos de turno en el Gobierno. Y así es como, paralelamente, la valoración de los profesores ha caído en picado en las últimas décadas al contrario de lo que ocurre en otros países, como Finlandia, en los que los maestros son figuras prestigiosas con un rol pedagógico fundamental en el sistema.

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Tomar en serio las estadísticas educativas implica poner a los niños en el centro. Algo casi inconcebible para una clase política que ha ignorado, hasta el final, incluso al presidente del Consejo General del Poder Judicial. En 'Los retos de la educación en la modernidad líquida', Zygmunt Bauman apuntaba que nunca antes «los educadores debieron afrontar un desafío estrictamente comparable con el que nos presenta la divisoria de aguas contemporánea». Como planteaba el insigne sociólogo, es de un desafío de doble vertiente porque debemos aprender «el arte de vivir en un mundo sobresaturado de información» y «el aún más difícil arte de preparar a las próximas generaciones para vivir en semejante mundo». Un mundo en el que la sociedad se abochorna por el vídeo machista viral que muestra a los jóvenes de un colegio mayor insultando y denigrando a las alumnas de la residencia de enfrente mientras ellas, han interiorizado tanto ese acoso, que son incapaces de admitirlo y, mucho menos, condenarlo.

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