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Se anuncia otra subida del pan. Hay algo simbólico en el pan porque su esponjosa textura rezuma un perfume sagrado, ancestral, mágico. Sin el pan se borra nuestro pasado y desaparece nuestro presente. Sin el pan el futuro no existe. En lo personal, servidor sin ... pan no sabe comer. Necesito el pan incluso acompañando los gazpachos manchegos, y siempre me pareció una estupidez de lo «pan con pan comida de tontos». De tontos se me antoja prescindir del pan porque nos enchufan una dieta que nos fertiliza la angustia, la tristeza.
Soy carne de bocata y osamenta de migajas crujientes. Creo que buena parte de los disturbios que a veces estallan así como de repente se deben al súbito subidón del pan. Si no recuerdo mal, a Mohamed VI, gerifalte máximo de Marruecos que recibe sumisa genuflexión de nuestra parte para que no nos invada Ceuta y Melilla a base de menores de edad, sus ciudadanos le montaron un importante conato de rebelión por una traidor fustazo en el pan. Rebajó el precio de inmediato. Pese a su aspecto abotargado, en este caso mostró reflejos rápidos. Por suerte, compro el pan en un horno que todavía mantiene la artesanía a flor de tahona. Usan leña y le añaden ese cariño que todavía emplean los que necesitan elaborar bien sus productos porque les atraviesa un pundonor en trance de extinción. Con el pan por las nubes nuestra moral decae. Y si nos desviamos hacia terrenos de harina literaria, imposible olvidar la fermentada anécdota entre Baroja y Rubén Darío. Este último dijo: «Baroja es un escritor de mucha miga: se nota que ha sido panadero». Y don Pío contestó: «También Darío es escritor de mucha pluma: se nota que es indio». Esta réplica no superaría hoy el feroz filtro de la corrección política pero uno, a modo de homenaje barojiano, esta noche va a zamparse un bocadillo de jabugo antes de que suba el pan.
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