Si Lagerfeld aseguraba que la elegancia es una actitud, yo iría más allá y diría que debería ser un modo de vida, el mejor para afrontar los retos, los vaivenes, los éxitos, los fracasos. La elegancia permite admirar los aciertos de los otros y aprender ... de nuestros fallos. La elegancia da la medida para afrontar dramas, problemas y crisis. La elegancia abre puertas, genera diálogos y promueve el entendimiento. ¿Es sencillo ser elegante? No. Pero eso no debería hacernos desistir para tomarla como un objetivo que nos marcásemos cualquiera.
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Si hay un ámbito en el que la elegancia escasea y hace bastante falta es en el de la política, donde los gestos, las complicidades, las disculpas y las felicitaciones brillan por su ausencia. Pocas profesiones tienen una proyección tan pública y una repercusión tan directa en nuestras vidas como esta, por ello que se obrase con elegancia sería un magnífico ejemplo para todos. No solo no sucede de manera espontánea sino que se evita a toda costa propiciar ademanes elegantes forzados. Estos son contemplados como muestras de debilidad.
Al que piensa diferente, al que comulga con otra ideología, al que defiende distintas medidas se le considera el enemigo al que batir. Es cierto que en las citas electorales los políticos se convierten en contrincantes que pelean por un mismo puesto, pero el resto del tiempo deberían dejar de lado las rivalidades para lograr fines comunes. Esto no pasa, bien porque vivimos en permanentes campañas electorales, bien porque se sienten más cómodos en los ataques que en la convivencia entre diferentes.
Sea como sea ante este clima resultan extrañas actitudes elegantes como la que tuvo hace unos días el presidente Sánchez con Pablo Casado, cuando este anunció que se había contagiado de COVID y aquel le deseó una pronta recuperación. El líder de la oposición agradeció las palabras y deseo, en primera persona del plural, que derrotemos pronto a la pandemia. Fue un intercambio de frases cordial, sin trascendencia, que no afectaba a los discursos ni posturas de ninguno de los dos, pero complace ver a representantes de formaciones como el PP y el PSOE dirigirse en tonos que no sean broncos, sacando su parte humana.
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Algo así ocurrió también hace años cuando Irene Montero y Pablo Iglesias fueron padres en un complejo parto prematuro y Casado, que había pasado por una situación similar, se volcó en ellos.
De maneras elegantes sabe poco Martínez Almeida, que hace unos días desmerecía la distinción de Hija Predilecta de Madrid para la escritora Almudena Grandes, que su Ayuntamiento ha concedido. A nadie se le escapa que el alcalde accedió a tal título únicamente para salvar sus presupuestos, pero una vez gestionado el asunto lo mínimo que se podría pedir era que respetase a la autora fallecida con su silencio.
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