Urgente Un incendio en un bingo desata la alarma en el centro de Valencia

Me gustaría ver cuervos por aquí. Por la ciudad, quiero decir, como los de la foto, apalancados en la farola a la espera de un movimiento. Como mis vecinos en la casa con vistas al Schiller Park de Berlín, que iban colocando las nueces pacientemente ... bajo las ruedas de los coches aparcados y al oír el sonido de un motor, y el posterior chasquido de la cáscara aplastada, caían veloces a comerse el fruto. Por alguna razón que desconozco su observación me llena de una paz cada vez más necesaria en este inexorable camino hacia la deseada soledad al que nos conduce la vida. Y su recuerdo me inquieta, como el oculto dolor de la sufriente niña Ana en la película de Saura, también con cuervos de fondo. Creo que fue cerca de Chelva la última vez que avisté uno por aquí. También los he visto en Los Ángeles y en Tokio, los de la imagen, y más de una vez, porque tienen una injustificada mala fama (como todos los seres inteligentes), me he visto en la obligación moral de salir en su defensa. La última ocasión el otro día a un cura poco amante de esta especie, a quien recordé que gracias a uno, que les llevó comida, siguieron con vida San Antonio y San Pablo el ermitaño. Y de paso le conté que hay una fiesta en un pueblo de Mallorca, Mancor de la Vall, donde se celebra este hecho dejando volar un cuervo desde el campanario de la iglesia para que baje con un trozo de pan en el pico hasta la plaza y lo entregue a los personajes que hacen el papel de santos. Todos, humanos y animales, convenientemente adiestrados para la función, como parece obvio. No sé si se puede hacer algo para atraer a estas aves a nuestra ciudad, incluso ignoro si hay algunas cerca. Esa mezcla de asfalto y cuervos es interesante. A fin de cuentas, se parecen mucho a nosotros, oportunistas y carroñeros.

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