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Desde que percibimos un estímulo hasta que sentimos lo que nos provoca transcurre medio segundo. Antonio Damasio, Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica (2005), definió ese tiempo neuronal como ciclo emoción-sentimiento. A través del estudio exhaustivo de la cartografía cerebral de numerosos casos reales, cuestionó en 'El error de Descartes' el hasta entonces dogmático patrón filosófico dualista del «Pienso, luego existo». Con su hipótesis del marcador somático no solo demostró la influencia indisociable de un input en nuestras decisiones y acciones sino también que ese marco mental y conductual resurge automáticamente cuando se reproducen a nuestro alrededor las mismas circunstancias asociadas al recuerdo. Hoy, Quim Torra en el papel de vicario de una república autoproclamada, sube al escenario del Teatre Nacional de Catalunya para tocar la campana de Pávlov que azuce el ascua del procés con más madera semántica. La première de 'Nuestro momento' es un remake de la obra 'Garanties.cat' con la que la industria carlista presentó la ley de la consulta del 1-O bajo ese mismo telón el 4 de julio de 2017. Hace exactamente 14 meses.
Puesto que la factoría secesionista de ideas sigue en obras a la espera de juicio, el independentismo estrena temporada propagandística propulsándose sobre la cinética del aniversario de cada 'fait accompli'. El sinfín de efemérides de alto voltaje a pie de calle parecen abocado a ahondar en el antagonismo entre dos polos que se están estrangulando mutuamente con lazos amarillos. Así que las partículas de hostilidad en suspensión reflejarán el tracking demoscópico que marque los tempos de las urnas en las que la dicotomía tensión-distensión que bascula por fascículos entre el Gobierno y el Govern será determinante.
Con el referéndum de autogobierno (sic), Moncloa ha barnizado la última pátina de eventual desacato por parte de la Generalitat. La sombra de la amenaza desestabilizadora del frágil equilibrio de un PSOE con 84 diputados es el salvoconducto de un Puigdemont que aspira a personificar un movimiento populista, la Crida Nacional per la República, liquidando políticamente a su enemigo íntimo, Oriol Junqueras, y fulminando la fragmentada heterogeneidad nacionalista. En Waterloo, donde ejerce de todopoderoso líder, avanza en su estrategia de banalización de las instituciones autonomistas, desde el Palau de la plaza Sant Jaume hasta el Parlament, y con ella la retroalimentación de una espiral de autoengaño de la ruptura que ni fue ni será en la España constitucional.
A Pedro Sánchez no le valdrá ni la oratoria ciceroniana del decorum ni el funambulismo que practica desde que subió al 'Falcon' para neutralizar esa escalada de desapego a la legalidad robustecida en la memoria sentimental que impera en Catalunya.
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