Ponerse en el lugar de los demás. En teoría no parece ser tan complicado pero el empirismo no demuestra lo mismo. Hace un año salíamos a aplaudir a los balcones como reconocimiento colectivo a los sanitarios que estaban dejándose su propia salud para salvar otras vidas. En las semanas más duras, ni el miedo ni el cansancio pudo con su capacidad de sacrificio y sentido del deber. Muchos se contagiaron por estar en la primera línea. Esta situación provocó que algunos sufrieran el acoso de sus vecinos quienes, después de señalar sus viviendas con carteles, les pedían que se marcharan con notas del tipo «es por el bien de todos». Este acoso no sólo lo padecieron ellos. También afectó a otros profesionales esenciales. En paralelo a esos comportamientos, en las redes sociales se hacían virales eslóganes como «de esta saldremos mejores». Obviamente las actitudes egoístas e insolidarias son incompatibles con una afirmación tan categórica. Lo de «ser mejor», o al menos intentarlo, en realidad conecta más con aquello que predicaba Gandhi de que las tres cuartas partes de las miserias y malos entendidos en el mundo terminarían si las personas se pusieran en los zapatos de sus adversarios y comprendieran su punto de vista. La empatía, esa capacidad emocional de identificarse con el otro, es la que hace que guardemos las distancias y utilicemos mascarilla cuando no existe el espacio mínimo interpersonal. Todos sabemos que no hay un policía detrás de cada ciudadano. El que cumple lo hace por convicción, porque piensa, sobre todo, en el otro. Lo del brote detectado en el colegio mayor Ausias March ha disparado la cifra de positivos en la Comunitat Valenciana. De los 307 nuevos casos notificados el pasado sábado, 100 correspondían a la residencia. Además del origen, que Sanidad ha situado en los desplazamientos de Semana Santa, hay otro detalle llamativo: muchos universitarios se marcharon a sus lugares de origen antes de que la conselleria ordenara el aislamiento. Eso en Valencia. Pero es que en Manacor (Mallorca) un hombre ha quedado en libertad con cargos tras ser detenido por contagiar al menos a 22 personas. Al no haberse confinado, propagó el virus en su familia, trabajo y gimnasio. Sin comentarios.
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La ministra de Sanidad aseguró la semana pasada que se había alcanzado el «punto de inflexión del comienzo del fin de la pandemia en nuestro país» porque la cifra oficial de vacunados con pauta completa superó por primera vez a la de contagiados notificados. La mirada institucional permanece dirigida a la inmunidad de grupo para lograr reducir la transmisión. Pero alguien debería de plantearse también frenar la epidemia de indiferencia con la que pone en riesgo la salud de los demás. Hace unos años, antes de que estallara la pandemia, el Papa Francisco ya advirtió de que a la «globalización de la indiferencia» había que contraponer necesariamente la «globalización de la empatía». Ojalá fuera así en la práctica.
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