Secciones
Servicios
Destacamos
Aunque cueste creerlo, cuando Albert Einstein acuñó su oda a la ironía -«sólo hay dos cosas infinitas, el universo y la estupidez humana, y no estoy tan seguro de la primera»- ni conocía a Pedro Sánchez ni lo podía presentir. De lo uno le libró ... la naturaleza, pues incluso los genios tienen vetado elegir cuándo nacen, mientras que para lo otro habría requerido el don de la adivinación. Tampoco Vicente Garrido se inspiró en el hoy presidente al bautizar y abordar uno de los grandes trastornos contemporáneos, el síndrome del emperador, ya que en aquel momento su señoría, todavía inofensiva, apenas era un anónimo consejero de Caja Madrid. Sin embargo ambas tesis, la del físico alemán y la del profesor valenciano, vienen a la cabeza en estos revueltos días de justicia en tela de juicio y delitos menguantes. Constatada la capacidad de Sánchez para rebasar todos los límites, la asombrosa infinitud del desahogo político que lo adapta a los medios más hostiles, el padre de la teoría de la relatividad se enfrentaría hoy a una disyuntiva: añadir a nuestro camaleón a su lista de fenómenos insondables, codo a codo con el universo y la estupidez humana, o encajarlo en alguna de esas dos etiquetas, y hasta donde sabemos el presidente no es astronauta. Sin embargo, más traumatizado me tiene lo del síndrome del emperador, en sentido estricto la enfermedad del hijo malcriado, hasta el punto de que animo a suprimir de sus rasgos la barrera de la edad. Si buceamos en la sintomatología, el tránsito del loco bajito de Serrat al pequeño déspota de Garrido viene definido por la nula empatía, el egocentrismo o la ruptura de ataduras morales. El aprendiz de tirano, cuentan los psicólogos que husmean en su personalidad, nunca acepta un «no», en contraste con la facilidad para articularlo cuando le interesa. Tiene un acentuado sentido de la posesión. La vida en la burbuja nubla su capacidad para afrontar problemas. Acostumbra a escudarse en los demás y no reconocer el error propio, el mundo está contra mí, obteniendo jugoso rédito del chantaje emocional. Miente si lo necesita. Busca aliados para atrincherarse. Es impermeable al sentimiento de culpa o el arrepentimiento, jamás pide perdón. Rebate las normas y si le dejan las cambiará. Llegaría hasta donde fuera necesario, pues no reconoce más autoridad que la suya. Tira de pataleta cuando los astros no se alinean a su acomodo. Lo quiere todo y lo quiere ya, caprichoso, impulsivo, desafiante y petulante. Su corsé mental le impide abrazar otros puntos de vista... No siga, doctor, que repaso la hemeroteca y lo tengo claro. Buscábamos soluciones entre escaños y antes las hallaríamos en un diván. Presume Sánchez de pasar a la historia como el hombre que exhumó a un tirano, pero me pregunto si las primarias socialistas de 2017 no desenterraron a un autócrata. La ciencia anima a disculpar a los padres del niño emperador, víctimas de su talante ingobernable. Está por ver si los barones rojos, auspiciadores apenas molestos a regañadientes, tan ocupados en esconder la mano como en tirar la piedra, también escaparán de rositas ante los desvaríos del señor de la rosa. No creía Einstein en los agujeros negros, pero hasta la mente más preclara se equivoca. La prueba es esta oscuridad que nos envuelve. Infinita, como la estupidez humana.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.