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Paco Roig, en su época de presidente del Valencia. juanjo monzó
Encantadores de serpientes

Encantadores de serpientes

SILLA DE ENEA ·

Durante la presidencia de Paco Roig se generaron muchos de los problemas que han conducido a la situación actual del Valencia

Lunes, 14 de junio 2021, 08:32

El valenciano, en general, siente una indisimulada predilección por la dramaturgia y la pirotecnia oral. Es posible que el origen de la fascinación local por la palabra hueca provenga del sustrato fenicio, tan lejano como intenso: no cuesta imaginar a los aborígenes de estas tierras ... asistir, absortos, al despliegue verbal de quien dependía de su labia para subsistir en tiempos de escasez en los que el comercio estaba todavía por inventar. De aquel estadio inicial al triunfo absoluto de los grandes líderes de masas con denominación de origen apenas hay un paso. Una de nuestras innumerables tragedias como pueblo ha sido depositar nuestras ilusiones en el charlatán profesional, ruidoso triunfador en ágoras -por mucho que sus planes resultaran descabellados, falsos o directamente irrealizables-, y despreciar al discreto, que ha permanecido generalmente en penumbra, planificando sus proyectos con la esperanza de que alguna vez fueran, al menos, escuchados. La gran virtud de Paco Roig a lo largo de su vida ha sido, seguramente, saber vender ideas como nadie haciendo de su indudable carisma y su relampagueante verbo sus mejores armas. De mente rapidísima e imaginación desbordante, curtida en el mercado, Roig irrumpió en la escena valencianista a principios de los noventa -tras una primera aproximación en los años de Ros Casares- como un cometa, desplegando un aparentemente deslumbrante arsenal de argumentos que sedujo a una afición necesitada de emociones fuertes tras la sosegada pausa del tuzonismo. Al club tranquilo y seguro delineado por don Arturo en los ochenta Roig opuso el luminoso proyecto del 'Valencia campeó' diseñado, supuestamente, para subvertir el orden establecido y devolver al valencianista el orgullo perdido. En esencia, la misma línea de acción que había desplegado Pepe Ramos Costa en los setenta. Era todo fachada, obviamente. Roig revolucionó el Valencia, sí, pero para mal. Redujo a cenizas el proyecto de una entidad sostenible y austera, que había sido capaz de resurgir a base de buena gestión, esfuerzo y sacrificio colectivo. Y aunque, efectivamente, como subrayan sus apologistas, quedó en puertas de conseguir una Liga y una Copa, lo hizo dejando una factura abusiva: se generó una deuda monstruosa; se inició la problemática reforma de Mestalla, germen de innumerables conflictos posteriores; abanderó una guerra civil permanente cuyos coletazos se extienden hasta nuestros días; la disidencia fue demonizada o silenciada; parte del patrimonio material -archivo histórico- e inmaterial -las añoradas secciones deportivas- fue arrasado; la imagen del Valencia, en definitiva, quedó asociada con carácter permanente al escándalo. El abanderado de la ilusión pasó a convertirse en cuestión de tres años en 'parásito de ilusiones', como rezaba aquella valiente pancarta colocada en su momento en Mestalla por mi amigo José Carlos Fernández. Roig aún tuvo cuajo para retornar a la primera línea blandiendo, de nuevo, la ilusión como principal argumento, con el resultado que todos conocemos: un vergonzoso mercadeo accionarial que concluyó con la venta de sus títulos a los Soler por una millonada. Hay quien sigue sin querer entender, tantos años después, que Roig dio los primeros pasos, en ningún caso vacilantes, que han conducido al drama actual. Y quien le sigue aplaudiendo y coreando sus consignas, para sonrojo e indignación de los que asistimos a la escena.

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