Entra el sol en las umbrías

Cuando un rayo de sol atraviesa el follaje de árboles e ilumina de nuevo el camino que ocultó el invierno, estamos en primavera. Teóricamente lo afirma la vigilia de San Matías, del 23 al 29 de febrero; después de que los pájaros obedecieron a San Valentín y se aparearon como está mandado. Paganos hasta la médula, pero en busca de algún mártir para nombrarlo patrón y celebrar su fiesta, en numerosos pueblos se recuerda alegremente: «Por San Matías, entra el sol en las umbrías». Claro que si en unas comarcas es obligado la merienda campestre y las pastas dulzonas típicas; en otras más próximas a la ciudad, la convocatoria era la paella y un ceremonial esperpéntico. La historia lo refiere sin omitir detalle remontándose a cuatro siglos, cuando a los ahorcados se les dejaba colgando en la plaza del Mercado, para que la gente no olvidase lo que fuimos y seremos.

Mas no satisfechos con la acción, se dispuso organizar una procesión que prorrogase el duelo, de forma que la gente piadosa fuera a reunir los restos de los ahorcados, a donde acudían los mendigos de Valencia y provincia para rezar un responso y comer hasta la hartura, como muy bien detallaba, en 2007, Miguel Ángel Catalá Gorgues en su libro 'El Cementerio General de Valencia'.

Cofrades, clero, monjes y mendigos, sosteniendo hachones y enlazando misereres, se encaminaban a la ciudad, donde por fin les daban sepultura definitiva, mientras San Matías, desde el cielo, les bendecía por haber elegido el día de su onomástica, cuando se decidió llamar «Aceldama» al lugar de los pobres ajusticiados. Por Aceldama se entiende «campo de sangre», nombre de la propiedad del alfarero que los sacerdotes del Templo de Jerusalén compraron con las treinta monedas que Judas recibió por vender a Jesús y que, arrepentido, arrojó al suelo del templo; terreno que se dedicó como cementerio de extranjeros. En esta vida, todo tiene su por qué.