Nos equivocamos con la imitación de Fallas del domingo
UNA PICA EN FLANDES ·
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De las Fallas del verano ya no queda ni su vaciado en el aire convertido en cenizas. Entonces, este es el momento de decir que no he entendido nada. La razón última para celebrarlas fue económica; había que quemar los monumentos atascados, comprar aderezos y disparar castillos. El sector fallero necesitaba mover un poco el esqueleto para alentar esa supervivencia zombi que viene arrastrando desde antes del confinamiento. Pero el mismo resultado, o mejor, se habría conseguido con ayuda del fondo europeo de recuperación, la economía fallera constituye un típico caso de los que justificaron la creación de ese fondo, sin necesidad de desnaturalizar las fiestas, que se han desnaturalizado. Ni estábamos ante el comienzo de la primavera, sino del otoño, ni ante el final de la peste que aún reparte sus coletazos mortales. ¿Qué se conmemoraba, pues?
Es maravilloso poder plantar fallas cualquier mes, igual que celebrar Halloween, Oktoberfest o el fin de año chino, ya está sentado el precedente, aunque no tiene sentido, y las fiestas sin significado no pasan de mascaradas. ¿Hemos tenido sanfermines, procesiones, feria de abril o cabalgata de reyes fuera de sus fechas? No, pero Fallas sí. Qué valor damos a nuestras tradiciones que separamos seis meses las Fallas de san José y nadie pregunta: che, ¿no nos estaremos equivocando? Si se pueden quemar fallas cuando se quiera, dónde queda aquello de que renacemos del invierno por el fuego, aquello de la «estoreta velleta» para el patrón de los carpinteros, aquello del eterno retorno... Las fiestas en nuestra cultura son algo más que un fin de semana largo con buñuelos y verbenas. Cada fiesta representa un día en que está tolerado volverse loco, una subversión, un desahogo, un mito. Le hemos hecho el flaco favor a las Fallas de sacarlas de su contexto simbólico y reducirlas a un mero «vamos a pasarlo bien».
Me llamó la atención una falla que salvó de las llamas a un ninot porque ofendía a los musulmanes y también otra que pidió perdón a los católicos por burlarse de la Semana Santa. Y no digamos el diputado que tildó de nazi al artista fallero que caricaturizó a los de su ideología. ¿Así estamos? Si la socarronería, la iconoclastia, la sátira y la libertad de reírse de la autoridad se someten a la corrección política y si el calendario deja de ser la coartada, se pierde la esencia de esta atávica celebración del inicio del nuevo curso de la vida en que consisten las Fallas. Yo nazco y muero con la cremà cada 19 de marzo, lo del domingo pasado fue sucedáneo, imitación, más «fakes» que Fallas.
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