El factor Errejón, Íñigo y su vendeta, el caballo de Troya del sanchismo contra Pablo Iglesias, o acaso un coyuntural globo de feria para Compromís, todo eso ha constituido a Íñigo Errejón como la novedad última del 10-N, las cuartas elecciones en cuatro años. La demostración de que el pueblo es manejado según los intereses de la superestructura política, de la casta de la que ya también participan Podemos y Albert Rivera, la oligarquía de los partidos que en otras épocas (final de la restauración canovista) ya acabó con la reputación del sistema parlamentario. En fin, que vamos a volver a votar tras perder siete meses en el alambre de la provisionalidad, o más bien quince, desde que Rajoy quedó desahuciado en aquella moción de censura rematada en una sonrojante sobremesa de güisquitos mientras el Congreso de los Diputados liquidaba su obra. De ahí surgió el interino Sánchez, ha pasado mucho tiempo y el nuevo ciclo político todavía no ha logrado asentarse; lo va a intentar de nuevo el 10-N. Tiempo perdido mientras las turbinas de la economía nacional empiezan a perder revoluciones. Muy preocupante, porque se responderá de nuevo conforme al referente zapaterista: más dinero público para apaciguar los ánimos sociales, intentando encubrir la desaceleración con gastos equivocados o innecesarios, lo que finalmente acaba sirviendo para acrecentar el paro o las quiebras empresariales.

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Pero de momento estamos en una fase previa. El 10-N además viene a demostrar, si se repara un poco, la inanidad de la política autonómica. Hace cinco meses también hubo elecciones en la Comunitat Valenciana, pero parece que no ha ocurrido nada desde entonces. Nada tangible para los valencianos. La inacción del Consell sigue siendo portentosa. Un vacío gaseoso del que han tenido la fortuna de salir gracias a la gota fría, con perdón, porque les obligó a activarse y levantar la guardia; a escapar del largo paréntesis estival iniciado tras el triunfo del 28-A. Hasta la gota fría, nada de nada. Unas largas negociaciones para sumar a Podemos al Consell, que se han saldado con un tercio más de cargos públicos y un 50% más de asesores. El comedero de toda la vida para la muchachada de los partidos. Eso ha sido todo, aparte de las informaciones sucesivas que demuestran que después de cuatro años la izquierda tiene claro que su modelo ideológico se tiene que financiar con los impuestos de los valencianos a través de una colosal red de subvenciones, de las que llegan a beneficiarse todas las entidades conexas con las fuerzas gobernantes, los militantes más descarados y hasta la familia de los mandamases. La derecha abasteció sus vergüenzas desde fuera y en la sombras, con los sobresueldos y las comisiones de empresas proveedoras. La izquierda en cambio lo ha resuelto de manera más simple y por las bravas; coge el dinero que le entregan los valencianos y una parte se lo queda para los suyos a través de los sistemas de subvenciones a la carta.

A Puig se le ha generado alrededor una atmósfera de sospecha relacionada con lo que se ha dado en llamar sus 'vínculos mediáticos'

Tampoco se ha vuelto a ver en estos meses el hiperliderazgo fulgurante de Puig y Oltra. Los dos andan despistados, por razones diferentes. Quede Oltra y sus pesares diversos, Oltra y su alianza con el globito Errejón, para más adelante. Por espacio, centrémonos hoy en el President que salió de las urnas exultante, como el que ha superado el último escalón de un ascenso lento y trabajado y además tras lograr apartar de sí la sombra cansina de su vicepresidenta. Pero fue ganar y relajarse, conformarse con el oropel palaciego (y ojo con ese peligro, conocido como el efecto Pacocamps): «ya lo ha conseguido, tiene 60 años y en la segunda legislatura ya no es lo mismo, no aprietas igual». En ese clima, a principio de verano, cuando más destensionado estaba, le vino encima una andanada para la que no estaba preparado porque era un ataque personal. Todo empezó cuando ciertos medios digitales, que orbitan entre el centroizquierda y la izquierda plus, empezaron a cuestionar el reparto de la publicidad institucional y sobre todo las asignaciones al periódico Levante, que es el referente de todo ese espectro mediático y además la cabecera más cercana a Puig y al PSPV y no tanto a Oltra y Compromís, que se apoyan en esos otros medios alternativos. Hay mar de fondo. Resulta evidente que la Generalitat se ha quedado obsoleta a la hora de parcelar la publicidad institucional en los medios impresos y digitales, basándose en un anticuado y errático sistema de encuestas telefónicas (el EGM) en lugar de utilizar datos contrastados; datos concretos, verificados e incontestables y reconocidos en todos los países. Es como si la ayuda a los grupos parlamentarios en lugar de fijarse en función del resultado de las urnas saliera de lo que dicen las encuestas de opinión; exactamente lo mismo. Desde hace años, se saben y conocen con toda exactitud los usuarios y páginas vistas que tienen cada medio de comunicación y en función de eso y de esas audiencias incontestables deberían atribuirse los espacios publicitarios, con lo que se acabaría con la arbitrariedad.

Y luego hubo más, tras las discutibles cifras de la publicidad institucional vinieron otros asuntos. Eldiario.es descubrió que el banco público, el IVF, había participado en una quita al grupo Zeta, donde Ximo Puig es accionista en el periódico Mediterráneo. Fue necesario cambiar los estatutos del IVF para validar la operación en una sesión del Consell donde Puig no se abstuvo. Illueca, el director del IVF, remató la jugada al reconocer que había hablado personalmente con Puig sobre esta operación, revelando un evidente conflicto de intereses. Detrás queda además que Mediterráneo no es un periódico cualquiera, fue un periódico propiedad del PSPV comprado no se sabe con qué dinero (y será mejor no saberlo) y posteriormente vendido a Zeta. Y detrás queda también que Puig, de facto, se ha convertido en socio del primer editor de la Comunitat Valenciana, el grupo Moll, dueño de Levante, Información y el recién adquirido Mediterráneo. Además está el asunto de la entrevista pagada en The Guardian, conocido hace dos años (la pagó un tercero que a su vez cobró del Consell) y que ha vuelto a ser actualidad al publicar El Economista que el diario británico ya había retirado el contenido de su web, por tratarse de un producto publicitario. Y no podemos olvidar algo que irrita profundamente al President, las innumerables noticias de LAS PROVINCIAS sobre los negocios de la productora de su hermano y esos inquietantes socios de fatigas que se están haciendo con todo el mapa audiovisual de Castellón, gracias a las impresionantes subvenciones recibidas del Consell. En definitiva, por descuido o no, a Puig se le ha generado alrededor una atmósfera de sospecha relacionada con lo que se ha dado en llamar sus 'vínculos mediáticos'. Por todo esto, lo pasó mal en su primera sesión de control parlamentaria tras siete meses de ausencia. Compromís y Podemos decidieron salir a protegerlo porque nadie quiere decir en público aquello de que el rey está desnudo. Pero, ¿y en privado, qué dirán en privado?

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