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Un escaño para Torrente

ROSEBUD ·

Antonio Badillo

Valencia

Martes, 29 de noviembre 2022, 00:15

Diecisiete años calculando por lo alto. Ella, desprovista de mascarilla y visiblemente alterada, espera como un canario que la puerta del metro-jaula se abra y la libere; él, a su lado y convertido en sombra, la mira en silencio embozado hasta los ojos, sin ... deslizar indicios de lo que cuece su cabeza. «¡Juanjo, que te dejo, que te jodan!», grita la chica con un amargor que se impone al traqueteo del tren. La mira y calla el chico, hasta que el vagón se detiene y escapan entre sus fauces. La ventanilla, angustiosamente indiscreta, permite al pasaje verla a ella apretar el paso. Y a él, chitón, estrecharle el marcaje. En la distancia todavía se acierta a oír otro «¡Juanjo, no me sigas, que te dejo!» aún más perturbador, ahora ya a pleno pulmón, hasta que el metro echa a andar y olvida tras de sí la escena final, escrita al doblar la esquina de un callejón demasiado estrecho, el desenlace de una historia que a esas alturas pinta gris oscuro tirando a negro. Es entonces cuando se oye a dos monicacos que por sus trazas y la hora regresan del instituto. Diecisiete años también por lo alto. Bromea el de la izquierda. «¿Esa tía iba en serio?», lanza a su compadre, que acepta su risa y la dobla, haciendo perder los estribos a la mujer de la mochila, mediana edad, ojos de asombro. «Perdona, ¿tienes algún problema? Sí, tú, ¿algún problema?» Bobo 1 va descomponiendo su estúpida sonrisa hasta que la cara de lelo se le hace insoportable y recurre al atajo de la mascarilla, mientras que Bobo 2 hincha el pecho. «Esto no va contigo», lanza a la mujer de la mochila, tan torpe el mequetrefe que no entiende que sí va con ella, y también debería ir con ellos. Ahuecan el ala en Alameda, y la mujer en Xàtiva, pero el cruce de reproches permanecerá incorpóreo en el silencio espeso del vagón hasta que no queden testigos. Tenemos un problema, y lo seguiremos teniendo dentro de 361 días, otro 25-N en el que nada habrá cambiado. La casuística lo demuestra, la estadística lo refrenda. Aunque esta historia quizá quedó en nada, «no news, good news», todas las tragedias tienen un inicio en el que no lo parecen. La violencia machista rejuvenece en esta sociedad enferma donde unas, muchas, sufren y otros, muchos más, se ponen de perfil. Como Bobo 1 y Bobo 2. Y esto sólo lo sacaremos adelante reeducándonos, sin esperar mucho de una ley capada y una clase política inoperante. La diatriba de la tal Toscano, Boba 3, hacia la ministra Montero fue vomitiva, despreciable y todas las llanas del mundo; y misógina, que también merece alguna esdrújula. Pero encerró además un grave error estratégico, al abrir la puerta grande a quien merecía la de arrastre tras mellar nuestra defensa legal contra la barbarie machista empujada por la precipitación, tan aliada de la inexperiencia y las buenas intenciones como de la demagogia, y del mismo modo que puedo pensar bien, en puertas de unas elecciones elijo pensar mal. Si los leones Daoíz y Velarde no hubieran sido fundidos con el bronce de los cañones de la Guerra de África se quedarían igualmente de piedra ante el espectáculo que les emponzoña la espalda. Luis Carandell hizo bien en morirse. La exquisitez de su crónica parlamentaria no encajaría en este Congreso cutre y chabacano donde Torrente sería diputado de gama alta y hasta el tipo de los cuernos de bisonte acólito de Trump estaría en su salsa.

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