El escorpión y la rana
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Si Puig fue lector de fábulas, ya podía esperar un final asíAl sexto día Oltra se desvaneció y sólo queda ya Mónica, abogada. Llevaba una semana políticamente muerta, aunque ella no lo supo hasta ayer, enganchada al placebo que le administraban sus correligionarios. Justo cuando se asomaba al escaparate nacional, otra empoderada de Yolanda Díaz, a ... su carrera le llega la cancelación; en lo mejor, como a las buenas series. Arrastraba yo cierto bajón, pues no esperaba de esta guerrillera que se aferrara al cargo cual garrapata. Le imaginaba otro final, tal vez su autoinmolación a lo grande, aquí tenéis a la mártir que buscáis, malditos fascistas. Y una pira enorme. Y al fondo Bajoqueta Rock. Tanto afán de supervivencia, desde el viernes agarrada al clavo ardiendo, rompía la mística, como si de pronto William Wallace elige envejecer. Sin embargo, el ácido discurso de despedida depara un broche a la altura de las expectativas. Si ha sido lector de fábulas, Puig debía preverlo, pues ya sabrá lo que le pasó a la rana por compartir travesía con el escorpión. Respira aun así tranquilo el presidente, ahuyentada su pesadilla sin abandonar el modo ahorro de energía. Rogaba blandito ante la barricada de Compromís una reflexión, obteniendo por respuesta lo más parecido a un dedo corazón orientado a septentrión. Y no se me ocurre escenografía mejor para un corte de mangas que ese tabladillo del viejo cauce, y sobre él, en pleno alivio de luto, el desmadre de la ilustre imputada; su capirote naranja, a brincos bajo un 'outfit' a medio camino entre un Calimero tirolés y los gemelos de la versión animada del País de las Maravillas, aunque por discurso más próxima al Felipito Tacatún de la tele setentera -guiño imposible, pulgar en alto y aviso a navegantes: «Yo sigo»-. Sólo le faltaba al mejunje el alegato de Baldoví, «si tocan a una nos tocan a todos», obviando que a la única que tocaron fue a una niña de 14 años, que la justicia -no la extrema derecha, no el Ku Klux Klan- presiente un encubrimiento..., y allí todos bailando. Antes de Oltra nadie habría pedido una dimisión. Imputada no significa culpable. Hay una denuncia, el juez sospecha y decide investigar. Ni más ni menos. Pero llegaron ella y sus camisetas, Grezzi y sus 'intifalla', Fabra y sus líneas rojas, las prisas y los escraches, la oposición y sus pistoleros que de tanto disparar al aire alguna vez hacen blanco, los tribunales erigidos en ariete de los partidos, los juicios de telediario y unas desmedidas reglas del juego que ahora sería ventajista cambiar. Me como tu ficha y cuento veinte, así lo quiso Compromís. Oltra pudo ahorrarse el vergonzoso karaoke de fin de fiesta, aunque gracias al patinazo del gorrillo naranja ya tiene su 'caloret', que algún día arrasará en Youtube para perpetuarla. Como Barberá; seguro que le hace ilusión.
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