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Escraches de conveniencia

J. C. Ferriol

Valencia

Sábado, 21 de octubre 2017, 12:35

No hay acosadores buenos y malos. Hay acosadores. Y punto. No distingo a los que intimidan, a los que señalan, a los que pegan... entre buenos y malos. No me gusta que nadie vaya a casa de ningún dirigente político a protestarle, a gritarle, a ponerle los éxitos de Manolo Escobar o a observar cómo cena. También creo que hay que ser muy contundente en términos penales con quien se atreve a acudir a una manifestación con el único objetivo de pegar a los que han decidido participar en ella, incluso aunque se discrepe abiertamente de lo que allí trata de sostenerse. La violencia no cabe nunca. El terrorismo es siempre injustificable, lo practiquen los violentos o el Estado. No creo que los escraches sean el jarabe democrático de los de abajo, como dijo Pablo Iglesias, ni me parece que la gravedad de ese tipo de actos deba de medirse por el número de asistentes. Me da lo mismo si son diez, cien o mil. Es una actitud miserable, que trata de acorralar al responsable público, de intimidarle a él y a su familia, de coartar su libertad de acción y de expresión. No me gustaban cuando se hacían frente al domicilio de Rita Barberá, ni me hizo pizca de gracia que lo sufriera Mónica Oltra. Me resulta eso sí mucho más censurable esa hipocresía que trata de hacer que el escrache, acoso o intimidación en cuestión sea o no justificable en función de quien lo sufre. No entiendo que a Barberá, a Camps o a González Pons se les pudiera presionar lo que hiciera falta, y que en otros casos resulte censurable e inaceptable. Me repugna leer esas justificaciones a posteriori, que sostenían que el PP se merecía todo el acoso y derribo necesario por la corrupción, por la gestión o por lo que fuera, y que en cambio ahora tratan de inflar el monstruo del fascismo -que quieran o no, sigue siendo afortunadamente residual- como si aquí existiera un rebrote de ese tipo de comportamientos intolerables en un Estado de Derecho. Porque es falso. Porque algunos tratan de utilizarlo para sacar rédito político, cuando la realidad les sigue concediendo un papel minúsculo. El fascismo, es verdad, avanza de forma peligrosa en algunos países de Europa, anida en sociedades desestabilizadas, en las que la crisis económica aísla a algunos segmentos sociales que se convierten en presa del pensamiento único. No ha ocurrido en España y tampoco en la Comunitat Valenciana. Por eso me abochornan los escraches casi tanto como su posterior utilización política. Es posible que Oltra ya no piense aquello que dijo hace unos años de que los escraches eran consecuencia de la falta de espacios de diálogo entre los políticos y los ciudadanos. Esos espacios, si me lo permite, nunca pueden ser la casa de uno. Ni ahora ni antes. Ni cuando lo practican una decena de ultras, ni cuando lo hacían los afines.

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