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Escraches fachas y escraches rojos

Sala de máquinas ·

No deja de sorprender la incapacidad metafísica de Mónica Oltra para ponerse en la piel de los hijos de los demás

Martes, 24 de octubre 2017, 07:28

Publicado en la edición impresa de 22 de octubre de 2017.

La figura de Mónica Oltra, algo huidiza y desfondada en los últimos meses, acaba de resurgir cual ave fénix impulsada justamente por las alas del aguilucho franquista. ¿Cómo era aquello que se decía de que «mi enemigo me alimenta»? La vicepresidenta del Consell sufrió hace unas noches un escrache en la entrada de su domicilio, cuando los cuatro ultraderechistas frikis conocidos aquí de toda la vida, esos que caben en un taxi, le prepararon una cacerolada energuménica, con máscaras de Halloween, banderas de España y música de Manolo Escobar. La representación tenía algo de charlotada a lo Marujita Díaz, con aquellos patéticos intentos suyos de salir del olvido mediante extravagancias para llamar la atención. Pero, ojo, no fue ninguna broma. Porque asistimos a un nuevo ataque a nuestra convivencia; inaceptable y peligroso. Una nueva señal de alerta de que las reglas de juego democráticas son ignoradas por los colectivos radicales cuando les viene en gana. Una nueva agresión intimidatoria a un cargo público, una violación de su espacio privado, un hostigamiento a su familia. A sus hijos. Los que tenemos hijos nos podemos perfectamente poner en la piel de Mónica Oltra, por lo que no deja de sorprender la incapacidad metafísica de Mónica Oltra para ponerse en la piel de los hijos de los demás. Los hijos de Alberto Fabra también pasaban miedo cuando una turba se presentaba en su casa de noche y a voz en grito mientras los chiquillos estaban todavía en edad de ver el canal Disney. El hijo de Paco Camps, un pipiolo que acababa de empezar la universidad cuando su padre ya estaba retirado de la política, tuvo que abstenerse de salir de casa más de un día. Hay una portada mítica de ABC, justamente de hace un siglo; se ve una señora mayor, casi anciana, vestida de luto y sentada en una silla, en cualquier pueblo perdido de España. La portada, sin titular, sólo lleva un pie debajo de la foto: «también los guardias civiles tienen madre». La madre de Rita Barberá, octogenaria y bastante enferma, estaba allí cuando otra turba «en el ejercicio de su libertad de expresión» la llamaban de todo, noche sí, noche también.

Señor García

Entonces parecía divertido y Oltra encontró la manera de justificar que aquello pasara: el pueblo no tenía otra manera de canalizar su malestar; fíjate. La vicepresidenta de momento ha tenido mucha más suerte que los políticos del PP, de Ciudadanos o de UPyD. Ha contado con la solidaridad unánime que le faltó a los demás; muchos callaron entonces. Asegura Oltra que lo suyo no ha sido un escrache sino un ataque fascista. O sea, lo que decimos: ha sido un escrache fascista. Pero para ella un escrache fascista está fatal mientras que los otros tienen una explicación, una razón de ser. Suerte que a la inmensa mayoría de ciudadanos le disgustan tanto los escraches fachas como los escraches rojos porque si Oltra consigue fijar esa dualidad en nuestra sociedad habrá hecho un gran servicio para rehabilitar la idea de las dos Españas. Puestos a hacer distinciones empíricas, basta volver a ver los vídeos en internet para comprobar que hasta el momento ha sido infinitamente mayor la violencia ejercida contra Cristina Cifuentes o García Albiol, con gritos histéricos («puta, terrorista, hijo de puta, fascista, fuera, facha»), acercamientos furiosos y alborotos que se han quedado al límite justo de la tragedia. Señora Oltra, cierto es que existe alguna diferencia conceptual entre su escrache y el de los otros, alguna, pero la suma de coincidencias factuales es tan apabullante que su argumento es puro escapismo. O ventajismo político, la vieja doble vara de medir de la izquierda. Lo determinante aquí son los hechos (en una estafa, en una infracción de tráfico o en un escrache) y no el autor de las infracciones. Porque no vaya a ser que alguien pueda acabar interpretando que lo importante en realidad es quién es el sujeto que recibe los escraches. Si la víctima es Oltra está sufriendo un ataque de los fascistas. Si el destinatario es Albiol, Cifuentes o Barberá resulta que son ellos los fascistas y sus atacantes las verdaderas víctimas.

Oltra, lejos de bajarse del burro, ha digerido la experiencia de una forma bien particular: «cuando se radicaliza el mensaje, cuando se denigra a otro partido de manera que se coloca en una posición que no está, lo que se está colocando es la diana para que el fascismo dispare». En definitiva, la oposición al Consell está «envalentonando al fascismo». La verdad es que un cúmulo de obscenidades intelectuales tan sonrojantes dejan sin palabras. Al fascismo, en todo caso, lo envalentonará el Consell con sus políticas. Al igual que la gestión del PP provocaba respuestas dispares en sus oponentes: la mayoría sencillamente discrepaba y votó en su contra hasta sacarlos del poder, unos pocos además tomaban parte en escraches, en manifestaciones callejeras cargadas de tensión o mandaban cartas con amenazas de muerte y una bala dentro. Por las mismas, las políticas del bitripartito provocan el rechazo pacífico y moderado de importantes masas sociales y al parecer puede dar una oportunidad de volver a tener un minuto de gloria cierto mamarrachismo españolista, ajeno por lo demás a los movimientos del centro derecha, el ideario liberalconservador o incluso al sanísimo patriotismo transversal que ha florecido con la crisis de Cataluña. Resulta en efecto obsceno tratar de tomar la parte por el todo, tomar a los cuatro ultras por los representantes de los amplios sectores sociales que han conseguido por ejemplo derribar el modelo educativo del conseller Marzà, independentista no porque lo diga uno con ganas de envalentonar al fascismo, sino porque él mismo presumía de tal condición.

El diagnóstico lo ha clavado el President Puig: «son grupos que no representan a nadie, que hay que combatir de raíz». En efecto, el cretinismo de la ultraderecha está formado por cuatro pelagatos hoy ya fantasmales, afortunadamente nada tienen que ver la docena de crímenes que han cometido a lo largo de la democracia con el millar de asesinatos provocados por los grupos de la ultraizquierda. Para las fuerzas de seguridad españolas, exitosas en su lucha contra ETA e incluso contra el yihadismo islamista, esto es pan comido. Y lo que esperamos todos es un marcaje implacable contra cualquier grupo violento.

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