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El señor Garamendi gasta esa elegancia natural de los norteños acostumbrados al abrigo desde pequeños por aquello de los rigores de su clima. Más que abrigo, de lo bien que le sienta su sobrio uniforme de empresario, a veces creo que ya desde chaval lucía ... traje y corbata. Con su atuendo, ni muy pomposo ni muy casual, le parece a uno que Garamendi es el eslabón perdido entre los capitalistas de chistera y puro, recurramos al tópico, y los viejóvenes empresarios de las tecnológicas que usan zapatillas y camisetas para fingir buenismo tontorrón. Desprende sosiego en la jaula de los eternos nervios que vitaminan nuestro país. Tiene claro que nuestro puerto supone un mar de pasta, que los impuestos deberían de bajar y que la tasa turística es «un impuesto ideológico». Sospechamos que, por razones obvias de su cargo, no embiste contra el actual gobierno socialcomunista para evitar un mayor malestar, pero ganas no le faltan. No parece fácil entenderse con ciertos ministros o sindicalistas genuflexos ante, precisamente, su sesgo ideológico, pero es lo que le ha tocado. Supongo que, cuando llegue a su morada tras discutir con semejante tropa, o se pone a llorar o se sirve un par de copazos. Siempre de traje y encorbatado, eso sí.
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