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EL AVE Y LA ESPAÑA VACÍA

Belvedere ·

Pablo Salazar

Valencia

Jueves, 30 de enero 2020, 07:48

Al mismo tiempo que RENFE pone en el mercado el AVE 'low cost' se anuncia el fin de las taquillas para la expedición de billetes en más de un centenar de estaciones en las que el tránsito de viajeros no supera las 60 personas al día. Todo responde a una lógica económica imposible de rebatir en términos estrictamente monetarios, tanto el impulso de un servicio que funciona bien y que ahora se pretende ampliar y rentabilizar con nuevos clientes, como la digitalización de una actividad que desde el punto de vista de la gestión de los recursos humanos supone un auténtico despilfarro. Los usuarios de las estaciones afectadas podrán comprar sus billetes por internet pero no directamente en la estación. Ahora bien, lo que llevado al terreno de los números no admite discusión puede ser rebatible, o al menos discutible, cuando nos adentramos en el debate sobre el modelo territorial y especialmente si tenemos en consideración uno de los asuntos que en los últimos tiempos ha marcado la actualidad nacional, el de la España vacía y las formas de combatir el despoblamiento (si es que las hay). Porque a nadie se le escapa que muchas de las estaciones en las que se dejará de vender billetes pertenecen a las regiones que más sufren la sangría demográfica. Y aunque se diga que la comunicación ferroviaria no se interrumpe y que lo único que ocurre es que en vez de comprar ante una taquilla ahora va a haber que hacerlo por vía digital, la dinámica es la de siempre, el empeoramiento progresivo de un servicio que a consecuencia del mismo va perdiendo viajeros, lo cual a medio plazo legitima, justifica y explica el cierre definitivo. A su vez, el AVE sigue expandiéndose, llegando a más ciudades, mejorando su oferta, haciéndose accesible para las economías menos pudientes, completando en definitiva una red única, la mejor de Europa, que une Madrid con las principales capitales de provincia. La consecuencia es obvia: se refuerza no sólo el enorme poder de la capital de España (en la última EPA, el empleo se salvó gracias a los datos madrileños) sino una distribución territorial cimentada en las grandes ciudades y completamente ajena al grave problema que sufre la España vacía. Es muy probable que no haya alternativa, que tenga que ser así, no sólo por motivos económicos sino porque es lo que la gente quiere, lo que provoca a partir de sus decisiones personales, de un éxodo imparable del campo a la ciudad que comenzó hace más de un siglo con la industrialización y se ha reforzado con el papel que hoy desempeñan las ciudades y que se basa en los servicios, el turismo, el intercambio de ideas y productos. Pero no se debería engañar a los incautos diciendo que 'ponen en la agenda' y dan prioridad a un asunto que tal vez no tiene solución.

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